sábado, 25 de octubre de 2014

EL DOS DE MAYO: RESPONSABILIDADES Y RETOS


El incendio de uno de los ocho edificios que integran el complejo arquitectónico de la plaza Dos de Mayo, la más bella y representativa del período republicano, sobrecoge mas no toma por sorpresa.

      Concluido el espectáculo de miradores, barandales y cornisas derribándose entre lenguas de fuego, no falta el coro plañidero, inútil y extemporáneo de las autoridades locales y del Gobierno Central que, en su afán por deslindar responsabilidades, se distribuyen verbalmente las culpas, siempre con un sospechoso rictus de lamento.



      Desconcertó que la ministra de Cultura, Diana Álvarez Calderón, en entrevista concedida a RPP TV el día mismo del incendio (16 de octubre), sostuviera que el Ministerio de Cultura (MINCUL) se limitaba a declarar la monumentalidad histórica de un bien inmueble, cualquiera fuese su naturaleza, pública o privada, y que, tratándose de bienes privados, su despacho no podía intervenir más allá de la mera declaración. Es una argumentación falaz, pues no puede ignorar que el hecho mismo de otorgar la calidad de ‘monumento histórico’ a un determinado bien, establece restricciones al derecho de propiedad, de manera que, por ejemplo, cualquier modificación o añadido a la estructura original, debe contar con autorización previa del MINCUL. Ello en obediencia a un principio de intangibilidad externa e interna del inmueble, en tanto monumento. Las personas que habitan este tipo de bienes, saben que para ejecutar las llamadas ‘mejoras necesarias’ (intervenciones destinadas a impedir su destrucción o deterioro), deben solicitar un permiso del Ministerio de Cultura, cuya tramitación engorrosa y dilatada en el tiempo, genera perjuicios insalvables al predio. El derecho de propiedad, pues, no es un derecho absoluto cuando estamos frente a esta clase de inmuebles; está limitado por razones de interés público, como lo establece la ley. 

      El estado de un edificio que es patrimonio histórico, está -en teoría- sujeto a supervisiones periódicas del MINCUL para verificar su estado de conservación, impedir que se dañen o modifiquen sus estructuras y, en última instancia, para prevenir desastres como el del Dos de Mayo. Lo contrario sería reducir la categoría de ‘monumento histórico’ a un mero membrete relumbrón e hipócrita, carente de contenido. El MINCUL desistió de ese derecho que es, a su vez, una obligación inexcusable. Resulta no menos sintomático que desde que el antiguo Instituto Nacional de Cultura fue elevado a la categoría de Ministerio, haya dispuesto medidas tan controversiales e inadecuadas como el arrinconamiento del Museo de la Nación para dar cabida a escritorios burocráticos, y autorizar la amputación de zonas arqueológicas de incalculable valor en beneficio de autopistas, como en el caso de Puruchuco, algo impensable en cualquier ciudad latinoamericana que estime –como de hecho estiman- el legado de sus ancestros. Solo Lima se permite tal suicidio bajo una óptica de autosuficiencia que raya con la idiotez.  Pareciera que, como en las primeras décadas del siglo XX, las autoridades del MINCUL suscribieran la nefasta idea de que, no importando cuánto se destruya en el camino, todavía nos queda mucho por explotar… ¡Y vaya que explotó en el Dos de Mayo!

      No menos responsabilidad le atañe a la Municipalidad Metropolitana de Lima, quien tiene en sus manos las tareas de Defensa Civil. Si como ha dicho la alcaldesa Susana Villarán, muchos de los negocios ubicados en inmuebles que están dentro del área declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO, han sido objeto de notificaciones y multas por infracciones “al no cumplir con los requisitos básicos de seguridad y licencias”, extraña que no se haya ordenado la clausura definitiva de dichos establecimientos. Estaba dentro de sus prerrogativas el hacerlo. No podemos, sin embargo, ser mezquinos con una gestión que se ha visto jaqueada desde un primer momento por un proceso revocatorio que, de alguna manera, la paralizó y distrajo. Por el contrario, con todos los baches que le impusieron sus detractores, logró hacer mucho en el ámbito cultural, como la creación de una gerencia en dicha materia, que las gestiones que le precedieron no tomaron en cuenta, excepción hecha de la de Alberto Andrade, quien estableció la Bienal de Cultura que el señor Castañeda se encargó de desactivar. La debilidad de Villarán al combatir a ciertas industrias que medran del Centro Histórico, es lo más reprochable, pues, según se sabe, el incendio habría sido generado en una fábrica clandestina instalada en el segundo piso del edificio calcinado.



       El tema que subyace en estas líneas, es el de la fragilidad que, en materia de protección del patrimonio monumental limeño (de eso que nos hace verdaderamente singulares, más allá del cebichito y de la mazamorra morada), tiene pendiente una capital sudamericana que se jactó alguna vez de ser la de la América del Sur. Hoy, la Empresa Municipal Inmobiliaria de Lima, reconoce que el Centro Histórico alberga el mayor número de tugurios de la ciudad, y que, cuando menos 5000 inmuebles del lugar, están a punto de caerse en pedazos sin necesidad de incendios. Poco o nada se hace por revertir esta situación.

BREVE INFORMACIÓN HISTÓRICA.- 

Conviene a este momento recordar que los edificios de la plaza son muy posteriores al bello obelisco al cual rodean. El monumento conmemorativo a la victoria del Dos de Mayo de 1866, se levantó en 1874, durante el gobierno de Manuel Pardo y Lavalle (primer presidente civil del Perú), sobre lo que fue el Óvalo de la Reina, contiguo al Camino Real del Callao (hoy avenida Colonial). La esplendidez del monumento contrastaba con la miserable apariencia de galpones y chinganas. No fue sino hasta 1924, durante el oncenio de Leguía, y como parte de las celebraciones de la Batalla de Ayacucho y del Congreso Panamericano de ese año, que don Víctor Larco Herrera, propietario de la próspera Hacienda Roma, se propuso dotar al monumento de un marco digno de su fábrica. Convocó para ello al arquitecto francés Claude Sahut, quien trazó los planos que concluiría el polaco Ricardo de la Jaxa Malachowski.

     El óvalo del Dos de Mayo formaba una unidad con el de Bolognesi a través de la amplia y arbolada avenida Alfonso Ugarte, llena de palacetes y caserones de banqueros y prósperos empresarios. (Hasta hoy se conserva el del señor Augusto Wiese, en la esquina de Ugarte y Bolivia.) La idea original consistía en crear un gran paseo para la ciudad que tuviera, al mejor estilo parisino, dos remates igualmente soberbios. 


Lima, octubre de 2014


martes, 7 de octubre de 2014

LA LEY SÉCALA

Escribimos esta humorada en noviembre de 2006. El previsible candidato ganador de esa contienda fue el mismo de hoy, don Luis Castañeda Lossio. Por ello, y por el ridículo asunto de que se trata, nos parece simpático desempolvar lo que suscribimos hace casi ocho años. 

Una vieja y latosa disposición prescribe que, veinticuatro horas antes y doce horas después de cada elección (presidencial, congresal, edil, pueril, mandil), los peruanos debemos convertirnos en abstemios por arte de Mandrake el mago. Y aunque no soy acólito de Baco ni mucho menos, debo aplaudir con sincera admiración el ingenio criollo de nuestros compatriotas, pues yo he visto más borrachos este fin de semana electorero, que en cualquier otro. Claro, son ebrios caletas, buenas gentes, ni tan siquiera tildan para huascas; picaditos nomás, aderezaditos solamente. No cabe duda de que la frase ‘hecha la ley, hecha la trampa’, nació entre nosotros para quedarse por los siglos de los siglos, amén. ¡Salud por eso!

        Dan pena no los simpáticos borrachines, sino los ingenuos caídos del palto, que se figuran que el peruano de cebichito con chelita bien al polo, va a acompañar nuestro plato nacional con mandarinas o limonadas. Se pasan de monses si se la creen, y bien sé que no se la creen porque esos mismos que dictaminan la más violada de las leyes, o sea, la ‘Ley Seca’, han chocado cristales previo “salud, hermano, que yo te estimo”, saciando así su cultura etílica con un soberbio pisco o con un Juanito Caminante etiqueta roja, mínimo. ¿Juanito Caminante? ¡Johnny Walker, pues! Ah, eso sí, recontra caletones ellos también, porque la ‘cultura caleta’ (dícese del arte de hacer las cosas a escondidas, por lo bajo, sin que te ampayen) también es creación nuestra y se practica en todas las esferas, estratos y sectores sociales, al punto de que, de haber olimpiada de caletas, ganamos sobrados, pues es el único deporte que los peruanos practicamos decentemente y con decoro. ¡Pásame la botella!

            Hay que ser bien candelejón (por no decir un peruanismo que se le parece), como para suponer que ciertos señorones votaron en la segunda vuelta presidencial, dizque ‘tapándose la nariz’, por nuestro actual mandatario. No se taparon las fosas nasales, se cubrieron la boca para que no les huela el tufo. Pero no seamos maleteros con ellos porque, franquezas aparte, necesitaban de alcoholes bailándoles en la masa encefálica, para votar por un temido señor que en su primer período nos llevó a la peor debacle económica de nuestra historia, y es comprensible de que antes de arrojarse del acantilado, se den un poquito de valor con una etiqueta azul de Johnny Walker. ¿Johnny Walker? ¡Juanito Caminante, pues, y lléname ese vaso!

Caricatura: Lavida en diario Gestión.

          Además, ante elecciones municipales más aguadas porque todo mundo sabía quién las iba a ganar con holgura (al menos en Lima), se imponía con mucha más razón unas aguas, ¿o no?  Ya, no te hagas, (¡sí, sí, a ti te digo, a ti!) que la hacías buena en la bodega del paticojo, susurrándole: “Oye, Angelón, pásame caleta dos botellas de cerveza bien heladas. Ya sabes, bolsa negra para encaletarla, bolsa negra, mi estimado pirata”. ¿Si o no? ¡Si, pues! O tú, (¡no te hagas el loco; a ti también te hablo!) que caminabas ocho cuadras hasta la bodega del chino, la más alejada de tu casa para que no te pescara in fraganti tu mujer, y le decías en voz baja: “Oe chino, sácame un Dasani heladito. Botas la mitad y el resto me lo llenas con una chatita de ron. Eso sí, pásame una barra de caramelos de menta pa’ que no me sientan el turrón. ¿Por quién vas a votar, chino, por Lay Fung, no?”, y caminabas haciendo la finta de deportista, de consumidor de bajas calorías, mientras el sorbete te suministraba diablos azules, porque repetías la misma jugada en cinco bodegas más antes de regresar a tu jato. ¡Brindo por eso, campeón de los caletas!

          ¿No somos admirables los peruanos? ¡Qué ingeniosos somos! Y después no faltan los aguafiestas que dicen que no somos creativos. ¿Dije ‘aguafiestas’? Me apunto, ¿dónde es el tono y qué trago hay?

            Conste que no soy borrachín. Únicamente escribo lo que he visto durante esta ‘ley seca’. ¡Fuiiira de acá! Sécala, hermano. ¿Secar qué? La ‘ley seca’, pues.


Lima, 20 de noviembre de 2006



sábado, 20 de septiembre de 2014

DE UNA 'RAZA DISTINTA'



Pequeñín como jinete de hipódromo aunque de ambiciones políticas y bolsillos gigantescos. César Acuña Peralta es un espécimen raro en la política, difícil de catalogar, y aún más complicado de describir, y en esto no hay injuria pues él mismo se reconoce de una ‘raza distinta’. Un buen día se convirtió en el más doloroso pique en el dedo gordo del APRA tras haber hecho flan con el ‘sólido norte’ y hacerse de la alcaldía de Trujillo, cuna de Víctor Raúl. Desde entonces las baterías del partido de la estrella estuvieron dirigidas hacia él. Los ‘compañeros’ no imaginaron que, para buena suerte de ellos, Acuña portaba un grueso y pesado pistolón que jugaría en su propia contra: su boca


        Sus frases, deliciosas como la torpeza de un manco en acto de abrazar, llenarían anaqueles si alguien con mejor disposición de tiempo y paciencia que nosotros, se diera el trabajo de compilarlas. No sería tarea ardua ni sacabostezos; divertidísima más bien. Por nuestra parte, nos limitaremos a glosar algunas exquisiteces a manera de muestra gratis. 


        Hombre dotado de múltiples y distinguidas virtudes no podía ser ajeno a las múltiples y muy distinguidas amistades: Gandhi, Neruda, Voltaire, Rusó (sic), entre otros, han pasado a engrosar su entorno amical bajo el tamiz de su cuenta de Twitter. En ella suele citar frases célebres de estos esclarecidos personajes no sin antes anteponer el muy convincente “mi amigo”. No hay pecado en ello si, como es cierto, un lector ávido llega a establecer un vínculo tan estrecho, tan íntimo con lo que lee, que termina sintiéndose de alguna manera cómplice de su autor. Claro está que cuando el amigo ha dejado el mundo de los vivos hace algunas centurias, se hace mucho más difícil frecuentarse. Pero hay amigos y grandes amigos; en esta última categoría don César Acuña incluye al poeta uruguayo Mario Benetti (?), a quien desde luego citó y prometió publicarle algunos libros. No faltó un impertinente que le informara con sorna -siempre vía Twitter- que su ‘gran amigo’ apellidaba Benedetti y que, como los demás de su collera, llevaba ya algunos años bajo tierra. Antes o después de esta trastabillada en redes, se jactó de no haber leído un solo libro en su vida (quizá los leyó todos). No dudamos de esta declaración tan sincera como espontánea; sus constantes “nadies”, “dijites”, “hicites” y demás aportaciones al idioma no admiten posibilidad de desmentidos. No hay, pues, delito ni merma para el organismo si no se ha hojeado cuando menos el abecedario, pero hay un detalle del tamaño de una universidad que es, además, su propia Universidad César Vallejo. El tener título universitario y doctorado sin haber tocado la pasta de un libro no es cosa improbable en nuestro país, con todo lo que hemos visto; pero ser dueño, rector-fundador de un centro superior, y presentarse como ejemplo en comerciales de televisión ante un alumnado que lo escucha perorar “…yo soy como ustedes, de una raza distinta…”, invita a temblar por el futuro de esos estudiantes.

        Con todo, el buen señor Acuña se hizo a sí mismo, lo que es muy loable y ejemplar. Lo dudosamente loable y ejemplar son las formas, dichos e imposturas que tiene por estos días en su afán por trepar la presidencia regional de La Libertad. Y he aquí que vienen las cerezas más sabrosas, pues si lo anterior no pasaba del anecdotario, lo que sigue sí es muy preocupante.

        Ya en 2010, don César, haciendo honor a su respetable apellido, acuñó la frase “Plata como cancha para ustedes” en un video que le grabaron subrepticiamente y en el que fijaba su estrategia de campaña con miras a la reelección a la alcaldía de Trujillo. “Por mi parte, como municipalidad, vamos a hacer campaña…”, se le oye decir. En esto no se distingue el pez de los del mismo acuario. Minutos después revela sus intenciones de alcanzar la presidencia de la República, y pronuncia la frasecita de marras, uno de los más selectos frutos de la criollada política, y muy emparentado con la atribuida a un expresidente que busca repetir churrasco por tercera vez: “La plata llega sola”.

        Como buen educador -aunque no haya leído un libro en su vida-, le preocupa el porvenir de sus alumnos, y si está en sus manos asegurarles los frejoles, a don César no le tiembla la mano ni la voz para asegurarles un venturoso y burocrático porvenir en acto público: “¡La municipalidad –se refiere a la de Trujillo- tiene que ser para los egresados de la Vallejo!”.  Cierto que a condición de que voten por él y de que estén al día en sus pensiones, le faltó decir, aunque va sobreentendido. Buen Midas tiene la Universidad César Vallejo. Y aquí una pequeña digresión: sospecho que el señor Acuña ha bautizado así a su universidad no precisamente por su afición al autor de Trilce. Si le puso Vallejo es porque sería demasiado ególatra y de muy mal gusto llamarla Acuña, pero en el nombre va el autobombo. Si de lisonjearse se trata, Cesitar es tan alto como el propio ‘doctor’ García, aunque suene a sarcasmo.

        “Todo gran hombre –y Acuña está convencido de serlo- tiene su Waterloo”, dijo alguien y, en el caso de nuestro personaje, Waterloo podría ser Pataz  (subrayamos el condicional por aquello de que todo es posible en el Perú). En Pataz descubrió sorprendido que La Libertad no es su universidad, y que los pobladores no son sus estudiantes ni sus empleados. Fue tan inesperada la actitud de quienes creía sus súbditos, que le sobrevino la pataleta. ¿Qué había pasado? El iluminado les dijo a modo de advertencia que si no votaban en Pataz por su candidato a alcalde, no haría ‘convenio’ con otro. Habría que redefinir esta palabra, o sospechar cuál otra quiso disfrazar con ella. Solo por eso -minucia en la psicología Acuña- se le sublevaron llamándolo “chantajista”. ¡Mira, qué lisura! Nunca nadie le había parado los machos al señor y, como buen macho, había que dar el berrinche: “Los reto sin vanidad. Voten o no voten, yo voy a ser presidente regional”. ¿Cómo estuvo eso? Hay dos interpretaciones posibles: la de Acuña, la que nace de su propia psicología, y la de cómo le suena a los demás. Son dos universos distintos, paralelos, que no encuentran ni encontrarán punto de intersección posible. Comencemos por la manera en que la entiende el resto de mortales: “¡Se los digo en su cara, cojudos! Me importa un camote lo que piensen. Yo voy a ser su amo, aunque chillen”. Ahora crucemos el puente y pidamos hospedaje en el cráneo del insondable Acuña. Toc, toc, toc. Nadie atiende. ¿Habrá algo allí? Conformémonos con imaginar: en su arrebato, Cesitar trató de hilvanar una oración y no le salió ni la pepa de la aceituna. Eso le pasa por subestimar a los libros. El buen hábito de la lectura nos provee de recursos lingüísticos que hay que guardar bajo la lengua hasta que haya necesidad de usarlos.

        Ante semejante cuadro, no envidiamos la piel de nuestros amigos liberteños. Están obligados a escoger entre el sabio Acuña y… ‘¡Viva el APRA, compañeeerooos, viva la alianzaaa popuuulaaar…’, ‘Sólo el APRA salvará al Perú’ y otras especies por el estilo. En ambos casos, y sin prejuicio alguno, estamos frente a seres de una ‘raza distinta’.¿Qué raza será esa? Pues la que genera en bocas indignadas la expresión ‘¡Qué tal raza la de estos!’. 




sábado, 13 de septiembre de 2014

¡VETE A LA MISTURA!


Vamos a intentar un acto de herejía: atentar contra ese dios pagano (porque además hay que pagarle para deglutirlo) que es Mistura. En un país en que el ciudadano promedio admite que le mienten la madre, pero mata cuando le dicen que el cebiche sabe feo y que es chileno -por decir algo absurdo-, lo que vamos a escribir tiene, pues, sabor a suicidio. Ya estábamos medio tristones con lo de Cerati, así que pisamos a fondo el acelerador.

      Como en toda religión, cuenta con una legión interminable y metiche de predicadores que se meten a tu casa sin posibilidad alguna de darles el portazo de rigor. Usan los noticieros, los diarios e Internet para colarse de contrabando y abrirte el apetito con imágenes suculentas. Saben que en la tentación está el cebo, y este divino dios que es Mistura, a diferencia de sus colegas, te invita a pecar. He allí el detalle.


      Además, por ser religión oficial del Estado durante las dos semanas en que hace escala en la Costa verde –como que es inaugurada por el mismísimo presidente de la República-, se te pone en bandeja de plata (porque cuesta plata) todas las facilidades. Buses amarillos del Metropolitano recorren de cabo a rabo la avenida Brasil para llevarte al templo, porque es un gran templo donde los peregrinos hacen largas, larguísimas colas para acercarse a la divinidad y ofrecerles sus panzas en sacrificio: un chancho al palo, un anticucho con harto huacatay, o una papa bien rellena. Contrariamente a otras confesiones, los diezmos se pagan por anticipado: te cuesta veinticinco soles ingresar al templo. Una vez adentro, tienes más de un santo al cual confesarle tu gula, que es pecado capital, por cierto. Eso sí, a diferencia de otras iglesias, aquí eliges a tu santo de manera democrática: animal, vegetal, mezcla de ambos, artificial, dulce, salado, agridulce, etcétera. Encima te los llevas a la boca... y te los tragas.


       Hasta allí todo suena bien en ese oloroso proceso digestivo, pero hay un detalle, un gran detalle: "¡Haz tu cola, pe' cuñao!". Sí, el rezo amerita penitencia previa, y como en esas imágenes arrancadas del Medio Evo, con creyentes flagelándose el lomo a siete púas el chicote, la procesión amerita paciencia, pies firmes y, como ya dijimos, colas. Pasan cinco, diez, quince, veinte, y treinta minutos, y tú sigues parado, putamadreando una que otra vez, es cierto, pero con la misma expresión beatífica de cara al divino: párpados caídos, nariz en ristre, mandíbula vencida y, de la boca, hilachas de baba descolgándose. Cuando por fin llegas a él con las rodillas dobladas, ¡hostias, tampoco el rezo es gratuito! Te llevas la mano al bolsillo, buscas tu óbolo y lo depositas en las del monaguillo, quien te dará a Sangrecita -por citar a uno del santoral- sobre un humilde cartón. El santo viene también en minúscula porción, porque el único diablo que se opone al dios Mistura es la obscena y muy peruana afición a la abundancia. Acto seguido, el feligrés busca sitio en donde masticar a gusto la cosa divina, pero son tantos los devotos, que acabará de pie frente a un hermano de gula, mirándole los molares en pleno triturar del santo; fantasía lúbrica de cualquier odontólogo. Llenado el buche, como el dios Mistura manda, se dará cuenta de que su calzado ha sido otro sacrificio: arenado, como de caminante del desierto, porque aunque el mar esté enfrente, es, precisamente, arena de playa. Con las rodillas, pies y mandíbulas adoloridas, recorrerá otras naves del templo (“mundos” que les llaman aquí). La boca jadeante precisa de un buen vaso de algo, de otra divinidad en forma de líquido. Allí están San Chicha, San Pisco, San Jugo (con hábitos de distintos colores y sabores, desde luego), y están junto a ellos las colas de devotos buscando humedecer el paladar y refrescar el estómago. Largas colas, eso sí. Como ha entrado al templo a rezarle a más de un venerable, cumplirá penitencia aún sintiendo que ya está en el purgatorio. Llegado al sacristán y entregada la donación que nunca es a voluntad, busca un lugar adecuado para beber del líquido piadoso y se ve rodeado de otros tantos feligreses de bocas abiertas, bebiendo a borbotones, como él. Los suspiros de satisfacción se confunden, suenan a pareja en cuarto de hostal y, multiplicados, suenan a orgía. Un devoto ha aspirado el humor de otro en acto de comunión, como una suerte de “daos fraternalmente la paz”.  ¡Pero faltó el postre!... y allí va el muy acólito a repetir la misma procesión. 


      Desde lo alto del acantilado de Magdalena del Mar, un infiel observa al templo engullirse a todos esos devotos que hacen cola en su boca para ser masticados por él y cebarse de ellos. Se reconoce ateo frente a sus encantos, y recuerda haberle visitado una sola vez por pura curiosidad, hace muchos años. Camina con las manos en los bolsillos por la avenida Brasil mientras repasa sin emoción esos buses amarillos abarrotados de fieles que van al templo o vienen de él. No siendo creyente de Mistura, es, no obstante, hombre de buen diente. Observar desde el malecón al todopoderoso agitando las fauces en orgía pantagruélica, le ha dado hambre. Llega entonces al cruce de los jirones Ayacucho y Manco Cápac, dejándose arrastrar por el humeante aroma de los anticuchos de doña Tarcila, toda una institución del distrito. Allí, en la intemperie, mastica con deleite esos pedazos de corazón de res. “Más ajicito, pues, doña Tarcila”. Lo hace, sin embargo, de una forma muy distinta a la de los devotos de la religión pagana: sin colas y, sobre todo, ¡sentado!

Lima, septiembre de 2014



Fotos: 1) La República. 2) La Sotana del Inquisidor.

lunes, 14 de abril de 2014

LIMEÑOS Y LIMEÑISTAS


El fin de semana pasado dejó de existir mi buen amigo Manuel Scarpati Montero. Manuel fue limeño y limeñista; menciono lo primero y subrayo lo segundo. Y aunque ambos términos tengan por raíz común el nombre de una ciudad de ocho millones de habitantes, las diferencias entre uno y otro son tan marcadas y, a la vez sutiles, como las que existen entre el acto de mirar y el de observar. Limeño es –qué duda cabe- el nacido en Lima, capital de la República del Perú. Limeño lo es también, por razones de vecindad, el provinciano o extranjero que ha hecho de Lima su casa y su centro de trabajo. Unos y otros viviendo en una estresada y estresante ciudad como son todas las capitales del mundo, sin excepción. Ese mismo estrés que hace que la mayoría de limeños espere la llegada de un feriado para escaparse unos días en busca de un mejor respiro y de hacer turismo interno. El limeñista, sin embargo, espera un fin de semana o un día cualquiera para caminar por su propia ciudad; no le basta con vivir en Lima, le interesa conocerla para quererla pese a todo y darla a conocer. El limeñista no es un historiador en el sentido académico del término, pero gusta leer y contar las historias que se esconden tras del hollín de una vieja plazuela, de los adobitos en forma de librero de una huaca, y de las celosías de sus célebres balcones de cajón. Él sabe que cada esquina de la ciudad carga consigo una leyenda o acaso un secreto inconfesable que se hizo confesado, porque Lima es el lugar en el que los susurros rugen y los secretos se hacen colectivos.

     Al limeñista le encanta recorrer esos rincones e imaginarse en ellos a un Palma (el más ilustre de todos) recogiendo apuntes para una nueva tradición; a ‘El Murciélago’ Fuentes describiendo los tipos limeños del XIX mientras Fierro los retrata: tisaneras, aguadores, veleros y serenos; fiestas sacras con aroma a incienso y paganas con aroma a amor; procesiones y mascarones de papahuevos; carnavales de chisguetes en las calles y saraos de salón. También ven a un Valdelomar jironeando altivo, con bastón y pipa en boca, enfundado en fino paletó rumbo al Palais Concert para encontrarse con Vallejo, Mariátegui y Sánchez.


     El limeñista observa lo que otros miran, camina las veredas de la ciudad con plena conciencia de los nombres ilustres que transitaron por ellas. Practica en solitario ese ejercicio de la nostalgia y otras veces lo hace en grupo, en compañía de quienes, como él, comparten el mismo interés por la vieja ciudad. El único carné del limeñista, su distintivo indubitable, es su amor por Lima. Tampoco hay una edad promedio para ser uno de ellos, aunque las más de las veces ese amor, que es un acto de identificación con la capital y su historia, se nutre de los padres y abuelos; de sus anécdotas, de sus barrios y de las costumbres de un tiempo determinado. Todo ese bagaje vivencial captura al niño que, ya convertido en adulto, busca redescubrir por sí mismo esa ciudad de la que tanto le hablaron y a la que hoy ve tan cambiada.  Practica, pues, una suerte de arqueología de la memoria.

               Demolición de Palacio Marsano, Miraflores. Foto: Caretas.

     Es muy fácil reconocer a un limeñista. Por lo general mira hacia arriba, retando a la tortícolis, y observando al detalle la talladura de un viejo balcón o los medallones de una casa solariega. Comparte datos, enriqueciéndose de la interacción y, aunque siente una especial debilidad por el Centro Histórico de Lima, se  le puede encontrar en cualquier punto de la ciudad en que haya tan siquiera un vestigio de lo que fuimos, para explicarnos nuestro somos. El limeñista no cree que la suya sea una ciudad de trasbordo ni un peldaño circunstancial y obligado para conocer Machu Picchu. Sabe a fuerza de caminar, escudriñar, leer y oír, que Lima es una ciudad con suficientes pergaminos históricos como para ser en sí misma un lugar de peregrinaje.

      Sin ser artista, el limeñista anida un espíritu sensible; le conmueven los escombros de una casona de sabor añejo demolida por las combas de la modernidad, y procura capturar con sus cámaras un presente que no tendrá futuro aunque guarde muchísimo pasado. No es un idólatra de Lima y de su antigüedad; su pesar no es el de los fanáticos. Comprende que la falta de planificación, el desorden y la informalidad urbanísticos obligan a que crezca hacia arriba, en propiedad horizontal, pero se rebela ante la necedad e ignorancia de quienes destruyen cuadras enteras que otras capitales más ilustradas, y sin historia, se esmerarían en conservar como registro y testimonio de un ayer que hoy les reporta jugosos ingresos a título de turismo. El limeñista contrasta los viejos grabados coloniales con las fotografías del XIX y del XX. Con esos testimonios gráficos sabe cuánto ha cambiado Lima en cien o en cincuenta años, e intuye cuánto más habrá de cambiar ante la desidia de unas autoridades que no hace mucho patrocinaron su destrucción, y que hoy dejan librados al tiempo, al abandono y a la indiferencia, lo que aún queda en pie de uno de los más ricos patrimonios culturales y arquitectónicos del continente. 

          Palacio de los Deportes (años treinta), luego Sedapal (1940-2012), Breña.
                                                  Foto: Archivo Fotográfico V & C Breña Contreras.


     A Manuel Scarpati lo conocí hace algunos años en una de esas caminatas limeñistas que, por lo general, terminan en un restaurante entre bromas, anécdotas y ricos sancochados. Delgado, de fácil sonrisa y pulcro vestir; anteojos de sobria montura y aura intelectual. Lo era, ciertamente, pero por sobre todo no dejó de ser un limeño mazamorrero que gustaba de la buena tertulia y de los chistes finos; un amante incondicional de la amistad. Al comenzar estas líneas, dije que mi amigo Manuel había muerto. Al terminarlas, me lo imagino recorriendo la ciudad que tanto amó; esta vez sin las limitaciones de la época ni la envoltura de la edad. Traspasando los linderos de los siglos, hoy caminas por la tres veces coronada villa: precolombina, colonial, y republicana.  

Lima, abril de 2014

      

domingo, 9 de febrero de 2014

¿QUIÉN SE PINTA TRAS DE LAS PINTAS 'A FAVOR' DE GASTÓN?


Las líneas que siguen, van con sabor a butifarra dominguera y a tamalito de la esquina. “Piensa mal y acertarás”, reza un dicho popular entre lúdico y paranoide. Nosotros, siempre acólitos de la buena fe de las personas, en especial tratándose de nuestros políticos –siempre tan bien intencionados e incapaces de echar mano de las malas artes para bajarse a un potencial rival-,  y de algunos periodistas acuciosos, nos proponemos atar cabos y dar con el autor intelectual de las pintas aparecidas ayer en el kilómetro 45.5 de la Panamericana Sur, como para que no se las pierdan de vista los veraneante de fin de semana, camino a Eisha.  Lo que dicen, es ya de dominio público, pero a riesgo de que algún despistado no haya leído los periódicos por estos días, las reproduzco a título de menú: “Adelante Gastón, por la honestidad y el gran salto”. Desde luego, estamos muy lejos de ser detectives y, con este calor que invita a más de un helado de lúcuma, no vamos a ponernos por nada el sombrerazo a lo Sherlock Holmes, pero es tan sencilla la cosa que vamos a desmenuzar el filete sin mucho esfuerzo.


          Todo comienza con la célebre entrevista que Gastón Acurio concedió a Milagros Leiva en diciembre pasado para un diario local, en la que se desliza la posibilidad de candidatear a la presidencia de la República, aunque no en 2016. De inmediato, y sin que nadie lo hubiera invitado al almuerzo, el Apra, a través de su cuenta oficial de Twitter, respondió que no le temía a una candidatura del buen Gastón. A esto se sumó una andanada de tuits de algunos ‘compañeros’ con lo que el otrora ‘peruano ejemplar’, ‘empresario exitoso al que había que seguir’, y ‘gestor del boom de la gastronomía peruana’, quedaba reducido a la condición de ‘simple cocinero’, uno de tantos, y hubo quien llegó a decir que en el comedor de ‘La Casa del Pueblo’ (sí, la sede del que fue partido de Haya de la Torre, en Alfonso Ugarte), se comía mucho más rico y barato que en Astrid & Gastón (cuestión de paladares, siempre subjetivos, desde luego). El chef respondió la grasosa artillería con una pregunta bastante caída del palto: “Señores del Apra, ¿yo qué les he hecho? ¿Por qué me agreden? Entre peruanos no está bien”. Lo que no estuvo nada bien fue que Gastón pensara tan mal. El Apra lo quiere mucho, aunque sea en parrilla y al carbón; preocupados por el destino empresarial de Gastón, lo invitan cordialmente a que siga creciendo y enorgulleciéndonos a los peruanos con sus mensajes motivadores y su promoción internacional de nuestros ricos cebiches y lomos saltados. Zapatero a tus zapatos; cocinero a tus cacerolas, capisci?

          Pasa un par de meses, aproximadamente. Gastón viaja por el mundo abriendo restaurantes, dando charlas en universidades, y viendo el financiamiento para una universidad gastronómica en el Perú. En Lima, el expresidente García contagiado del espíritu veraniego y como queriendo dar vuelta a la página a un embanderamiento fracasado, le lanza un tuit a Acurio, cual globito de carnaval que sepa Dios qué tipo de líquido contiene: “Que se presente y veremos”. El chef que acababa de bajar sus maletas, no entendió que se trataba de un inocente jueguito. Fue nuevamente malpensado, y respondió con una extensa y muy detallada publicación en su Facebook que se resume en lo siguiente “…y de regreso me encuentro con esto”.  Luego, provocador contra quien sólo le pedía que se presentara a su casa a jugar carnavales con Dantoncito y saborear un cebiche de conchas, tuiteó esto: “Derecha, centro e izquierda, empresarios, profesionales, trabajadores e intelectuales, urge estar unidos para el gran salto”. ¡Así no juega Perú, pues! De hecho, juega muchísimo peor.

          Es así como llegamos a esta semana flamígera, en la que un caricaturista de ingenio que responde al nombre de Alfredo Marcos, amigo confeso de don Alan y que, por esas coincidencias de la vida, celebró contratos más jugosos que zumo de piña con entidades del Estado durante el gobierno de su amigo-presidente, según se desprende de la investigación de José Alejandro Godoy publicada en el portal El Útero de Marita, y a la que nos remitimos (http://utero.pe/2014/02/07/quienes-estan-detras-del-caricaturista-que-deformo-a-gaston/), publicó en Correo una genialidad suya en la que Acurio aparece como un garabato viviente, con la fisonomía de un Cuasimodo de mente muy negra, a diferencia del original de Víctor Hugo; en contraste, un García esbelto, atlético y con rostro ochentero, lo reprende. Antes, el precandidato a la alcaldía de Lima, Pablo Secada, había revelado una reunión de Alan Garcia, Alex Kouri y Luis Castañeda en casa de… ¡Alfredo Marcos, el caricaturista! Desde luego, Godoy, Marco Sifuentes (Útero de Marita), Secada, y Diario 16 que replicó la caricatura y el dato, son todos unos malpensados. Se trató, según Kouri, de una fiestecita de cumpleaños, con piñata y canciones de Yola Polastri. ¿Qué ‘Trilogía del Mal’ podía cocinarse allí? Sólo flanes, lechecita asada y algún pastel que esos recelosos pretendieron quemar antes de que llegue al horno. ¡Malvados!

Caricatura de Alfredo Marcos en 'Correo'

          A estas alturas de la cadena de hechos, o de la tira de salchichas, sería muy jalado de los cabellos suponer que alguien teme que de tanto susto le conviertan el hígado en paté y le estropeen el delicioso bocado de un tercer mandato presidencial, y que esa sea la razón de las pintas aparecidas ayer. Sería malévolo y torvo suponer que esas mismas pintas difundidas diligentemente en su cuenta de Facebook por un respetabilísimo conductor de irrespetables programas sabatinos, tenga algo que ver con la admiración que ese caballero profesa por Alan García, teniendo en cuenta las edulcoradas entrevistas que le obsequió en su pasada etapa de entrevistador matutino. Y sería pérfido imaginar que en la columna que le obsequia hoy al tema de las pintas, hay una amenaza velada, cual tamalazo a punto de estrellarse contra la frente del chef, cuando le recuerda haber dicho en 2009 que de postular a la presidencia estaría admitiendo que su discurso sobre la cocina peruana fue una farsa. Sabemos que el hecho de ser incondicional de la guapísima Carla García Buscaglia, no lo hace necesariamente un alfil de don Alan, el papá.

           Pensando peor, quien llegue a este párrafo creerá que veo con buenos ojos y mejor paladar la negada candidatura de Gastón Acurio. ¡Bingo! Aclarando que no conozco personalmente al chef, ni que busco recompensa a manera de almuerzo pantagruélico, juro ante la Biblia, el Corán y el Torá juntos, que sólo una vez pisé La Mar y que prefiero los sánguches del Carbone, del Cordano, y de una chicharronería de Jesús María (en ese orden y añorando los del Juanito de Barranco) a los de su fallida experiencia con Don Pasquale. Reconozco, sin embargo, mi simpatía por quien prefiere cocinar un cebiche de corvina en vez de hornear faenones. 

Lima, 9 de febrero de 2014



domingo, 2 de febrero de 2014

LA HAYA DURANTE Y DESPUÉS DEL FALLO


Si como decíamos en un artículo anterior, la diplomacia es el arte de la prudencia y de la cautela, la justicia sigue siendo, como en la vieja Roma, “la constante y firme voluntad de dar a cada uno lo que es suyo”. Eso es lo que se propuso la Corte Internacional de Justicia de La Haya: antes que imponer ganadores o vencidos, impartir justicia. Puede que esa palabra se acerque o aleje de las partes en tanto convalide o frustre sus aspiraciones, pero ello no es responsabilidad de quien dicta el fallo como sí de quienes sobrealimentan esas expectativas.

Durante el fallo.-

La sentencia de la Corte sobre el diferendo marítimo peruano-chileno se asienta básicamente sobre dos pilares: el Convenio sobre Zona Especial Fronteriza Marítima suscrito por Ecuador, Chile y Perú en 1954, y la conducta de obediencia asumida desde entonces por el Perú en atención a ese instrumento, lo que en Derecho Internacional se llama ‘actos propios’. Si bien la Corte determina que el primero no es formalmente un tratado de límites marítimos, interpreta que su artículo primero contiene un “acuerdo tácito” de los estados suscribientes de fijar dicha frontera tomando como punto de partida la proyección que hace el Hito número 1 sobre el mar. Se basa, además, en un hecho fáctico: en los cincuenta, la pesca artesanal peruano-chilena se llevaba a cabo únicamente dentro de las 80 millas.


Como consecuencia de la sentencia de la Corte, el Perú recupera 50,284 kilómetros cuadrados de mar resultantes de la sumatoria del área establecida por la línea equidistante, esto es 21,928 kilómetros cuadrados, con el llamado ‘triángulo exterior’ que Chile pretendió hacer pasar por alta mar (cosa de nadie) y que es de 28,356 kilómetros cuadrados; área recuperada y no ganada, y aquí vale la distinción semántica: se gana lo que fue de otro y pasa a ser parte de dominio nuestro; contrariamente, se recupera lo que fue nuestro y estuvo en poder de otro. Chile mantiene el paralelo fijado a partir de la proyección del Hito número 1 sobre el mar hasta 80 millas náuticas. Esto es importante resaltarlo ya que el presidente Piñera incurrió en grueso error al decir en su mensaje que Chile había ganado un ‘triángulo terrestre’, refiriéndose en parte a los 300 metros de ‘costa seca’ que siguen siendo territorio peruano. Tal triángulo existe sólo en la mente del mandatario chileno y puede haber sido el producto de una rápida e inacabada lectura del fallo. Que su agente ante La Haya le recuerde que la Corte se inhibió de tratar todo aspecto referido a límites terrestres, y que le explique, armado de mucha paciencia, dónde es que parte la línea paralela. ‘Costa seca’ significa que mantenemos soberanía sobre la orilla aunque el mar que la baña sea chileno. Invito cordialmente a quienes insisten en decir que ganamos el litigio a que viajen a la caleta tacneña de Santa Rosa y les den las buenas nuevas a sus pescadores. Eso sí, provéanse de escudos ante tanta efusividad. El Perú recupera plenamente sus doscientas millas a partir de Ilo. 



Después del fallo.-

Contrariamente a lo que se cree, o se ha hecho creer, la lectura del fallo no supone una vuelta de página y el cese inmediato de las fricciones entre ambos estados, pues al no haber establecido coordenadas que precisen los llamados puntos A y B (ver el mapa oficial), la Corte deja librada esa tarea a una comisión binacional que deberá realizar su trabajo con prontitud y sin dilaciones. Es en ese escenario -el de la puesta en marcha de la ejecución de la sentencia- en que habrá de calibrarse la buena fe y la intención real de nuestros estados en cumplirla. Por ello, aunque el numeral 2 del artículo 94 del Reglamento de la Corte Internacional de Justicia establece que sus fallos tienen fuerza obligatoria para las partes desde el día mismo de su lectura, habrá que esperar la labor de dicha comisión.

Un amigo que conoce mucho de la conducta histórica de nuestro vecino en lo que se refiere al cumplimiento de los tratados que suscribe, alza la ceja en gesto escéptico. El plebiscito previsto en el Tratado de Ancón de 1883 para decidir la suerte de Tacna y Arica, nunca se llevó a cabo, y fue preciso firmar uno nuevo -el de 1929- para desprender a Tacna de su puerto natural, y aún así, debieron pasar casi setenta años más para que se firme un nuevo papel que ‘solucione’ las cláusulas referidas al malecón de atraque, al edificio de la agencia aduanera, y a la estación terminal del ferrocarril Tacna-Arica que Chile debía poner a servicio del Perú (¿alguien sabe si se cumplen estas estipulaciones? Ni mi amigo ni yo lo sabemos, y ¡él es diplomático!). Afortunadamente, cualquier dilación en el cumplimiento del fallo es denunciable ante el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, en el que toma asiento un representante de Chile que, de ser el caso, deberá inhibirse. Ser declarado paria a nivel internacional es un costo muchísimo mayor frente a lo que se puede ‘perder’ o ‘ganar’ en sede judicial.

Chile, a través de su presidente, canciller y parlamentarios, ha esgrimido una serie de imposiciones inaceptables que contrarían lo establecido por la Corte, así como el principio internacional de no intervención en los asuntos internos de un país ajeno. La suscripción de la CONVEMAR (que creemos necesaria) y la modificación de nuestra Constitución, atendiendo a la diferenciación conceptual entre ‘mar territorial’ y ‘zona exclusiva económica’, son actos que sólo nos competen a nosotros.



Un gesto de buena voluntad de parte de nuestro vecino podría ser la inmediata puesta en libertad de los pescadores artesanales que, no conociendo de tratados ni de cartas náuticas, están detenidos en Arica desde diciembre pasado. Queda claro que los más perjudicados con el fallo de La Haya, en lo que atañe al paralelo, son este grupo de pescadores que difícilmente podrá llegar con sus precarias embarcaciones a la equidistancia determinada por la Corte, de allí que el presidente Humala haya prometido en su mensaje a la Nación una serie de medidas orientadas a favorecer a Tacna y a los tacneños. Una de ellas podría ser el empadronamiento de los pescadores artesanales e incentivar la formación de asociaciones para que ellos mismos, con las facilidades del caso, puedan hacerse de una flota capaz de pescar en mar tacneño sin tener que emigrar al norte. La compensación se hace necesaria ante la evidencia de una riqueza ictiológica que se concentra en lo que se ha determinado que es mar de Chile.

El fallo de la Corte de La Haya, más que ser un acto de ganancia o de pérdida, es una promesa de paz ofrecida a las partes litigantes. Promesa en cuanto el Perú y Chile sean lo suficientemente maduros como para hacerla realidad. De esto último dependerá que tengamos una genuina relación de hermandad que se contrae a una historia en común, y a una buena vecindad, contraída al mapa. Es mucho lo que Chile y Perú deben hacer juntos en el presente y en el futuro, frente a lo poco que hicieron en común en el pasado y a lo mucho que se destruyó, territorial y moralmente hablando. Nuestra apuesta va por ese lado positivo de la historia y de la vecindad, pese a comprensibles reservas.

Hemos evitado cualquier falso triunfalismo en estas líneas. Los vocablos ‘ganador’, ‘vencedor’ y ‘derrotado’, han sido proscritos a conciencia y en concordancia con el fallo de la Corte Internacional de Justicia de La Haya que, haciendo uso de la equidad, no ha legitimado ninguna postura al cien por ciento. Mal haríamos también en fijar porcentajes de ‘ganancia’ en lo que no es un juego de azar, cuando sí el reconocimiento –o la asignación- de derechos por parte de un ente jurisdiccional.



Reconocimiento póstumo.-

A lo largo del proceso que culminó con la lectura de la sentencia por parte del magistrado Peter Tomka el pasado 27 de enero, se ha elogiado la labor de los cancilleres y miembros del consejo consultivo de Torre Tagle que tuvieron a su cargo la conducción del proceso desde su génesis hasta su final. Quiero rendir tributo a quienes dándole sustancia a la demanda y a los alegatos orales desde Lima, no han sido siquiera nombrados por el presidente Humala en su mensaje de agradecimiento. Hay un nombre que sintetiza la labor de esos profesionales silenciosos y eficaces: el del embajador Luis Solari Tudela, viceministro de Relaciones Exteriores durante la gestión de Manuel Rodríguez Cuadros, e inagotable publicista de nuestra postura en cuanto foro fue invitado. Falleció el 9 de febrero de 2013, y es conmovedor constatar el hecho de que sus reflexiones siguen siendo citadas para contrarrestar los artículos de algunos desavisados. 



Lima, 30 de enero de 2014





viernes, 24 de enero de 2014

ANTES DEL FALLO DE LA HAYA: ACIERTOS Y DESACIERTOS


La diplomacia es el arte de la cautela y de la prudencia, y en ella, los gestos son más que significativos. A escasos tres días para que la Corte Internacional de La Haya emita su fallo sobre el diferendo marítimo entre Chile y Perú, éstos cobran una relevancia aún mayor porque, aunque se quiera relativizarlo, no se han cerrado del todo las heridas de una guerra infausta entre ambos países, y de uno y otro lado esa sensibilidad es fácilmente atizada por gente irresponsable.

La posición jurídica del Perú es sólida, qué duda cabe, pero no por ello debemos caer en el triunfalismo simplista. Es cierto que sólo un acto de genuino masoquismo nos llevaría a suscribir supuestos tratados fijando un límite marítimo que nos perjudique, obsequiando parte de nuestro mar. Un convenio pesquero es sólo eso, y su utilidad está restringida a ese tipo de faenas; por el contrario, un tratado de límites supone una serie de procedimientos que van desde la indicación expresa de que se están delimitando soberanías territoriales hasta su aprobación por el Congreso. Lo primero no ha ocurrido, lo segundo sí.

Tenemos fe en la sentencia porque nos basamos en el argumento jurídico de la línea equidistante; contrariamente, la defensa chilena ha variado hasta en tres oportunidades su postura durante los alegatos orales y ha presentado como medio probatorio de la existencia de un tratado de límites marítimos, el mapa de un texto escolar peruano que en nada califica de carta náutica. Sin embargo, hay un argumento de forma muy auspicioso para la posición chilena: el Perú acude ante la Corte echando mano de principios recogidos en la Convención del Mar de 1982, pese a no haberla suscrito, a diferencia de Chile que sí lo hizo. Y así como los argumentos de fondo (que nos favorecen) son importantes en todo proceso judicial, lo son también los de forma, y esto nos lleva a preguntarnos por qué nuestro país no es parte de la CONVEMAR. La respuesta que dan los entendidos se resume en una sola palabra: patrioterismo. Empeñados como estamos en nuestra declaración unilateral de doscientas millas de mar territorial, nos hemos quedado en la popa de un barco que navega hacia otro rumbo. Doscientas millas sobre las que –vale decirlo- nunca hemos ejercido actos de plena soberanía  ni de vigilancia absoluta.

Es por ello que no debemos caer en triunfalismos ni en posturas exacerbadas. Nos protege el Derecho Internacional y, a la vez, hemos prescindido de uno de sus más importantes instrumentos: la CONVEMAR que paradójicamente invocamos en el litigio. No hay que ser zahorí para estimar un resultado que no nos dé el cien por ciento de razón, como tampoco se la dará a Chile, por ello la necesidad de ser prudentes, pues sea cual fuere el resultado seguiremos compartiendo pared medianera con él y, en un mundo globalizado –frase que no es de simple cliché- como el que nos toca vivir, las diferencias limítrofes ya no se definen en guerras ni bajo el llamado ‘derecho de conquista’ que le sucedía, sino ante la Corte de Internacional de Justicia de La Haya, y hemos tenido el acierto de recurrir a ella.

Dicho esto, y aludiendo nuevamente a la prudencia y a la cautela de que hablábamos, es lamentable la postura de algunos actores políticos en los últimos días. El ex presidente Alan García, quien fue tan responsable al momento de presentar la demanda ante la Corte, comete desatinos tales que desdibujan la imagen de estadista que siempre buscó con avidez, develándonos a un político oportunista y mezquino, sediento de reconocimiento público y de un protagonismo que constitucionalmente no le corresponde, ya que la política exterior es de exclusivo manejo del presidente de la República, y hace poco más de tres años que no lo es. Su actitud, tan distante de los ex gobernantes chilenos reunidos con el presidente Piñera, lo empequeñece a despecho del ego colosal que le atribuyó la embajada norteamericana en nuestro país. Se ha convertido de un día a otro en la versión peruana del diputado chileno Jorge Tarud, conocido por su verborrea en contra de nuestro país, y desautorizado por su propio partido por unas infelices declaraciones de supuesta filtración del fallo de la Corte. De otro lado, poco ayuda al clima de unidad que debemos guardar por estos días el hecho de que el congresista Omar Chehade le atribuya el ‘triunfo’ de La Haya al presidente Humala quien, por cierto, ha manejado el tema con buen tino.

        Si hay que decirlo, la secuencia es la siguiente: 1) Durante el gobierno del presidente Toledo se dieron las líneas de base y se gestó la demanda bajo el liderazgo del canciller Manuel Rodríguez Cuadros; 2) El presidente García presentó la demanda compuesta por los profesionales de Torre Tagle y tuvo el acierto de mantener a un solo canciller durante todo su mandato (José Antonio García Belaunde) como gesto inequívoco  de persistencia en el tema; 3) Durante la gestión del presidente Humala se contrató al grupo de abogados que ha hecho la brillante defensa de nuestra postura (con Alain Pellet a la cabeza) y a cuya pericia deberemos en suma un resultado favorable. También ha tenido el acierto de continuar con el grupo de agentes diplomáticos formado durante el gobierno de su predecesor. Precursora de toda esta política de Estado es la acción del embajador Miguel Bákula, quien planteó durante el primer gobierno de García la necesidad de definir los límites marítimos ante el Estado chileno. No quisiéramos, pues, aunque los vemos venir, actos de reivindicación por parte de los ex gobernantes ni del actual a título de ‘obra de mi gobierno’.

Resta esperar al lunes 27 de enero para conocer el fallo, y el día 28 para entender qué tan maduros somos Chile y Perú para su implementación. Al fin y al cabo, vecinos y socios comerciales, tenemos como tales un destino común en esta parte del continente.



 Lima, 24 de enero de 2014