sábado, 4 de junio de 2016

LA CANDIDATA ENMASCARADA


Esta es, sin duda, la campaña presidencial más enrarecida del Perú desde que el general Manuel Odría se erigió en candidato único en los comicios de 1950, tras poner en las rejas a su opositor, Ernesto Montagne, general del Ejército del Perú, al igual que él.

Por estos días, ha nacido una nueva raza de ‘profesionales’ que, bajo la falsa toga de ‘analistas políticos’, pretende echarnos luces y, acaso, conducirnos como ganado de los candidatos a los que sirven.

Las líneas que proceden, no son las de un ‘analista político’. Por el contrario, vienen de un sencillo ciudadano que, habiendo estudiado en una Facultad de Derecho y CIENCIAS POLÍTICAS (disculpen las mayúsculas), no pretende dar más de lo que ve y analiza, como cualquier peruano.

La política ha derivado en un teatro, incluso llamamos ‘actores políticos’ a sus protagonistas, y ellos debieron haber sido, en primera vuelta, los candidatos; no los magistrados del Jurado Nacional de Elecciones. Estos se subrogaron a los electores, los suplantaron, y decidieron quién queda y quién se va de la lid.  A una aspirante, le perdonó el dar dádivas y, como si de una ilusión óptica se tratase, no vieron a la candidata señalando ganador y sugiriendo la entrega de un sobre con dinero. En el colmo de la miopía, o del desparpajo, las banderolas anaranjadas con la inscripción “Keiko Presidente”, y los candidatos a congresistas por el Callao, con una rotunda ‘K’ y su número de lista en el pecho, tampoco existieron y, por tanto, no hubo evento proselitista. Palabra divina. ¿Tendrán licencia de conducir estos dignos magistrados? Espero que no. A César Acuña no se le vio entregando dádiva alguna, y lo expectoraron de la contienda (y que conste que le hemos dado duro y sin clemencia en esta Sotana: (http://lasotanadelinquisidor.blogspot.pe/2014/09/de-una-raza-distinta.html). Guzmán fue echado por la misma razón que debió fondear el mejunje formado por el APRA y el PPC, a la sazón, grandes y vergonzantes perdedores de la primera vuelta.  

A pocas horas de acudir por última vez a las urnas y definir al presidente(a) del bicentenario, me surgen muchas dudas, y como no soy ‘analista político’, una certeza tengo, y la expongo con franqueza: no votaré por Keiko Fujimori. No es el ‘odio’ –como pregonan de forma infantil e inmadura los demagogos-, tampoco mi condición de ‘caviar’, atribuida por los amantes del autoritarismo, que simulan creer en el Estado de Derecho, que es para ellos estorbo; mucho menos lo es un ‘antifujimorismo ontológico’. Es algo más simple que eso: memoria. Una memoria que me permite empatar los procedimientos del primer fujimorismo con los del presente, que se va desmaquillando.

En efecto, durante esta campaña se nos presentó a una Keiko maquillada y edulcorada respecto a su performance de 2011. Los barnices, sin embargo, se fueron cayendo cuando se supo ganadora de la primera vuelta. No hay que restarle mérito, pues, a diferencia de todos los candidatos en la parrilla electoral: inició su campaña al día siguiente de su derrota ante Ollanta Humala. Practicó entonces la única forma de hacer política que aprendió de la mano de su padre, cuando suplantó, sin ningún sonrojo, a Susana Higuchi –su madre- como ‘Primera Dama de la Nación’: el clientelismo. Regalitos por aquí, regalitos por allá. Así la adiestró Alberto, como cuando junto a él, repartía calendarios en las que Fujimori aparecía disfrazado de puneño, de ayacuchano, o de huancaíno, mientras personal del Ejército peruano entregaba cocinas Surge por doquier. Que te identifiquen con el regalo, no importando que este provenga de dinero del Estado o, en nuestros días, de fondos de oscura procedencia.



Con máscara, buena compañía y animus giocandi


La máscara cayó, no pudo sujetarse por más tiempo. Ahora vemos a una Keiko agresiva, envalentonada con las bravatas de sus congresistas electos. El Jurado Nacional de Elecciones, para curarse en salud, le quitó un candidato a la vicepresidencia, pero le dejó al señor José Chlimper, ministro de Agricultura durante el ilegítimo tercer gobierno de Alberto Fujimori, cuando el espurio régimen despedía los más penetrantes hedores de la corrupción, hasta finiquitar con una cobarde renuncia por fax de parte del autócrata. Algo –quizá muy poco- debe haber aprendido de aquellas épocas tan simpático caballero, al haber entregado un USB con audio editado y completamente trucho, a Panamericana Televisión (el canal del señor Schütz) como lo denunció la valiente periodista Mayra Alván, quien, en un ejercicio de decencia periodística prefirió renunciar antes que descender a las cuevas de un fujimontesinismo que preñó a los medios chicha, convirtiendo en albañales sus ‘salas de redacción’. Vergüenza, por cierto, ante los rostros, hoy echados, al igual programete que conducían, cuyo nombre no merece importancia alguna, dado su talante.  

La movida de Chlimper no tenía otro propósito que el de ‘limpiar’ a su predecesor en la secretaría general de Fuerza Popular, Joaquín Ramírez, el todopoderoso señor que, como en una novelilla rosa, se convirtió de cobrador de combi a propietario de lujosos inmuebles en los Estados Unidos, que no declaró ante los entes electorales de nuestro país. Si la DEA norteamericana le seguía los pasos, y en el Perú existían serias denuncias fiscales sobre lavado de dinero desde hace cuatro años, un simple cálculo político de Keiko Fujimori, lo habría sacado en el acto mismo de develarse toda esta vergüenza. Por el contrario, la señora Fujimori Higuchi no lo sacó de su partido (del que actualmente es congresista, y parlamentario electo por cinco años más). Más bien, utilizó la vieja fórmula de separarlo en el cargo mientras duren las investigaciones. Peor aún, se sabe que de allí el hecho de allí nace el hecho de José Chlimper, quien por estos días comparte cura de silencio junto a Cecilia Chacón, Aguinaga, Martha Chávez, Luisa Cuculiza y el lenguaraz Becerril (fíjense bien en las dos últimas sílabas de su digno apellido a quien legitima cada vez que algo sale de su ‘elegante’ fraseo).

Pasemos ahora a un breve análisis del último debate electoral, ocurrido en la Zona de Usos Múltiples (ZUM) de la Universidad de Lima (el auditorio principal, estimado Federico Salazar, no está en un sótano y ofrece un mural de Fernando de Szyszlo  que, imagino, sabes de quién se trata). La señora Keiko, siempre leyendo, dijo dos cosas que rescato: “He sido Primera Dama de la Nación;  tengo veinte y cinco años en política”. Su presentación la desluce, y contra todo de lo que quería aparentemente desarraigarse (‘mochila de su padre’), reafirmó ser parte, y no una simple testigo protocolar del régimen de Alberto Fujimori.

Reiteramos, en todo momento: la señora Keiko no se desprendió del guion que le había sido proporcionado por sus asesores. Es por esa inexperiencia que un PPK supo darle banderillazos cuando el único argumento de defensa era el ataque de su contrincante. Mal peor. Esta vez, a diferencia de lo extremadamente caballero que fue en Piura, el economista le dio tres pullas que encogieron los gestos de Fujimori Higuchi. Preguntada sobre los actos –que nos recuerdan a su padre y a su tío putativo-, optó por el silencio: “¿Cómo explica usted que no estuviera al tanto de lo que hacía Montesinos, cuando dormía en un cuarto vecino a él en el SIN?”. Dicho esto, Keiko cae en supinas incoherencias. Decíamos que inició su alocución, reafirmándose en ser ‘Primera Dama de la Nación’, y los años que, por boca suya, ejerció la política. Hagamos un simple recordatorio del domingo pasado. Por qué cuando PPK le enrrostraba los dislates de su padre, ofrecía como respuesta congelada el: "¡Soy yo la candidata. Métase conmigo!" ¿En qué quedamos? Ya había afirmado su condición de Primera Dama, y cuestiones aparte, Vladimiro Montesinos, cuando no imaginaba que Alberto Fujimori, el ciudadano japonés que nos gobernó, iba a cometer la torpeza de irse a Chile, y propiciar su extradición al Perú, explicó cómo viajó a los Estados Unidos, contando al detalle ante la justicia nacional, la forma en que él le entregaba nuestro dinero para concebir una profesión que jamás ejerció la candidata.
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Siempre siguiendo el libreto que sus asesores le habían preparado, Keiko, desconectada por completo de su libreto, fue incapaz de contestar una segunda arremetida de PPK: “Usted no tiene experiencia laboral. Nunca ha trabado. Sus votantes hubiesen preferido que ejerza el cargo por el que la eligieron como congresista. Contrariamente, usted se fue a estudiar una maestría a Estados Unidos, y si bien es cierto que en dicho tiempo concibió a dos de sus hijas, no me dirá que para ello quinientos días son suficientes y necesarios”. Silencio de la candidata naranjada, al igual que cuando fue interrogada por la cocaína almacenada en un local del que su hermano Kenji es socio (¿cómo lo hizo? Ni Ramírez, en tan poco tiempo). 

                                                                  Poderoso caballero. 

PPK, sin groserías de por medio, prosiguió fustigando a su contrincante: “¿Por qué pactó con un grupo de mineros ilegales lo que significaría el regreso de las dragas? ¿Por qué nos habla de un ‘Sendero Verde’?, ¿le consta que están realmente arrepentidos?” Una vez más primó el silencio, demoliendo por completo las argumentaciones del señor Hernando de Soto, su capitoste en materia económica, a quien conocemos por defender y asesorar dictaduras (la del propio Fujimori, plagiando el texto de un distinguido profesor para simularlo como discurso de Alberto ante la OEA, hasta servir al inefable Muamar el Gadafi, de quien ya conocemos su triste final). 

A falta de libreto, una balbusceeante Keiko Fujimori, siguió con el estribillo de la eliminación de la CTS. El remate fue contundente: “¿No fue acaso su candidato Chlimper, quien siendo ministro de Agricultura de su padre eliminó este beneficio a sus propios trabajadores?" PPK estaba en lo suyo: el tema propiamente económico. No cabían los papelitos escritos por De Soto; y, por cierto, tampoco lo gestos efectistas. Ver a una madre –Susana Higuchi- conducida a su silla por el mismo hijo que la tildó de mentirosa y de ansias de poder ante la justicia chilena, fue poco menos que una vileza: el aprovechamiento mediático de quien antes denostó.

Decíamos que, durante la primera vuelta, vimos a una Keiko edulcorada y enmascarada. Hoy, se muestra como Alberto la educó, políticamente hablando. Y el entorno que la cobija, no es más que la sucesión de pesadillas vivientes que nos regresan a los peores momentos del fujimorato. 

José Chlimper, candidato a la vicepresidencia de Keiko, cuando juramentó como último ministro de Agricultura de  Alberto  Fujimori                                                                                            Foto: Útero.pe

Quedan pocas horas, es verdad, pero es hoy cuando debemos repetir, cual PPK: “Tú no has cambiado nada, pelona”. 

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