viernes, 30 de abril de 2010

PERRAS LETRAS


A Pancho, Princesa, Bettino y Rambo, en un paraíso canino y celestial que por justicia se merecen


¡Eres un perro! (I)

Acúsome de haber escupido la frasecita de marras en más de una oportunidad. Acúsome también de haberme deleitado espaciándome en cada sílaba y de haber enfatizado esa magnífica erre que le da la aniquilante contundencia de un proyectil verbal -erre con erre, cigarro; erre con erre, barril; erre con erre, ¡perro! -. La última vez que la lancé con todo su arsenal peyorativo fue en Trujillo, una noche de agosto de 1992 en que, de no ser por la mediadora intervención de un amigo en común de los que nos liábamos en interjecciones, habríamos pasado de las palabras a las vías de hecho. Si algo debo decir a mi favor es que tuve la humildad de reconocer casi en el acto la injusticia de la frase, ofrecerle las disculpas del caso a mi oponente, retirar lo dicho, y sustituirla de inmediato por una efectista mentada de madre en código HDP. Y es que el bípedo parlante que tenía enfrente no merecía ser parangonado con la noble familia raza bóxer que me aguardaba en casa: mi leal Pancho, pater familias de un hogar conformado por la pequeña Princesa y los hijos de ambos, Bettino y Rambo. Sentí que los había vejado aquella desafortunada noche trujillana al rebajarlos a la condición de un vil humano en cuyo diccionario mental no constaba la palabra 'lealtad', y a quien alguna vez consideré mi amigo. Huelga decir que desde aquella vez, nunca más salió de mi boca tan desafortunada exclamación para referirme a un animal de mi propia especie, la humana.


Dos frases sobre canes y una reivindicación histórica

Aunque suele atribuírsele al abogado estadounidense George Graham Vest la paternidad de la célebre y certera frase ‘El perro es el mejor amigo del hombre’, lo históricamente correcto –salvo prueba en contrario- es que ésta fue parida por mis paisanos y ancestros, los limeños de inicios del siglo antepasado. Como refiere el viejo Palma en una de sus célebres y sabrosas ‘Tradiciones Peruanas’, titulada a la postre ‘El mejor amigo…, un perro’, ésta fue la expresión con que los mazamorreros aludimos desde 1810 a nuestro compinche de cuatro patas, evocando la lealtad que un noble can de estos rumbos tributó a su amo, montando celosa guardia sobre su tumba hasta morir de inanición treinta días después. Para mayor abundamiento, léase la historia que explica la frase en cualquiera de las ediciones de la obra cumbre de don Ricardo, publicada desde mediados del siglo XIX.


Seis décadas después que los limeños, en 1871, Vest blandía la sin hueso ante el Tribunal de Warrensdburg, Missouri, en lo que fue un elocuente y antológico alegato judicial del cual reproduzco algunas líneas que, por duras que fuesen hacia la especie humana, no pecan de inexactas: “El mejor amigo que un hombre pueda tener, podrá volverse en su contra y convertirse en su enemigo. Su propio hijo o hija, a quienes crió con amor y atenciones infinitas, pueden demostrarle ingratitud. Aquellos que están más cerca de nuestro corazón, aquellos a quienes confiamos nuestra felicidad y buen nombre, pueden convertirse en traidores”.

“Caballeros del jurado, el perro de un hombre está a su lado en la prosperidad y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad. Dormirá en el frío piso donde sopla el viento y cae la nieve, sólo para estar junto a su amo”.


Y si lo anterior remece nuestra propia humanidad, es aún más demoledora la sentencia acuñada por Diógenes de Sínope quien, desahuciándonos del todo, remató: “Mientras más conozco al hombre, más quiero a mi perro”. De hecho, el errante pensador griego iba de pueblo en pueblo llevando a cuestas una tinaja a modo de cama, fuera de la cual retozaban una veintena de apacibles perros que lo seguían cual apóstoles.

¿Nuestro mejor amigo o nuestro mejor insulto?

Sean los limeños de antaño, o sea Vest, lo cierto es que el hacedor de la frase dio en el clavo. Los instintivos sentidos de fidelidad, lealtad, complicidad y honestidad para con su amo o miembros de la familia humana a la que él -quieran o no quieran aceptarlo algunos- pertenece, están muy por encima de los que muchos humanos prodigan a miembros de su propia especie. Por ello no deja de ser incomprensible y contradictorio que bajo algunas circunstancias tratemos de 'perro' a un pillarajo de dos patas que no merece tan ilustre condecoración.

Pero si todos convenimos en que el perro es, entre todos los animales que acompañan nuestra existencia, el mejor amigo de la especie humana, pregunto yo, ¿por qué al ofender gruesamente a una persona en la figura de su madre, muchos se valen de una frase aún más atroz, como la de ‘hijo de perra’? ¿Qué culpa puede tener la madre de nuestro ‘mejor amigo’ en los entripados de un par de hocicones homo sapiens? Cuando menos es descabellado de patas a cabeza y dudo mucho que no pocas personas hayan sentido lo mismo que el de Sínope cuando les ha tocado lidiar con un Neanderthal en pleno siglo XXI, contradiciendo toda la teoría evolutiva. ¿Verdad que sí?

Cuidando las canillas

Ojo, pestaña y ceja, como decía mi abuela: el perro es el mejor amigo de su amo, de la familia de éste, e incluso de algunas de sus amistades que le inspiren confianza. Queda claro que no necesariamente le vas a caer bien al cuadrúpedo que deambule por las calles y que si incurres en la temeridad –más propiamente dicho, torpeza- de acariciarle su impredecible testa, puedes recibir por baboso obsequio un mordisco que en nada se parece al que clavarías sin duda alguna en un apetitoso bombón italiano. Se los cuenta un doblemente veterano de estas lides, y vuelvo a relativizar el tema pues no todos responden con gestos tan poco amigables, ya que no falta uno que otro que menee la cola como señal de indescriptible felicidad y empatía contigo; incluso hay de los que, haciendo las veces de escuderos o guardaespaldas, te acompañan hasta la puerta misma de tu casa, siempre con la tristeza reflejada en unos ojos ya de por sí lacrimógenos. Así pues, como los hay humanos afables, los hay también canes cariñosos incluso con el extraño; y así como hay personas gruñonas, irascibles e intratables, existen tres perros por cada cinco de aquellos.

Dos razas condenadas y 'salvajes'

De entre las razas de canes sobre las que más estereotipos injustos se han tejido, están los pitbull y los rottweiler; hoy les han cargado el sambenito que antes tuvieron los doberman –película incluida en que los presentaban como a inmisericordes asesinos-, y tiempo atrás el bulldog. De ellos se dice que han nacido para matar a otros perros, humanos y animales varios; se agrega que está en su naturaleza el ser agresivos y de instinto asesino, y que no los cambia ni Dios. La primera idea que viene a mente es, ¿tiene un humano autoridad moral para hablar de muerte y encono hacia otros seres vivos? Dicho con cruda sinceridad, el ser humano es el más encarnizado destructor de su hábitat y de sus congéneres. Nadie como él, en el curso de la historia universal, ha llegado al detallismo de perfeccionar sus armas mortales con tanta delectación y ahínco; ahí están las máquinas de tortura del pasado, y en nuestros días las arnas cada vez más destructivas y devastadoras. El hombre las ha usado y usa por distintas motivaciones (imponer cultos, deponer regímenes, conquistar territorios, diversiones tan ‘sanas’ como la caza, saquear, etc.) y siempre con el mismo fin: destruirse entre ellos; contrariamente, el más salvaje de los animales mata sólo por la necesidad de subsistir alimentándose de otros animales, y por defensa cuando ve en peligro su propia existencia. Si el hombre es naturalmente bueno y es la sociedad quien lo corrompe, como decía Rousseau, resulta entonces que el perro es esencialmente bueno y es el hombre quien lo pervierte, deformándolo, por vía de crianza, en un ser agresivo.

Hace no pocos años, se hizo célebre entre los peruanos un rottweiler de nombre Lay Fun quien a punta de mordiscones despachó a un hombre al otro barrio, sin necesidad de visa ni pasaporte. Al día siguiente, su rostro apareció en las portadas de diarios, revistas y pasquines como el de un auténtico héroe, y en las sátiras políticas era el encargado de perseguir corruptos y poner en más de un aprieto al mismísimo don Alan, pues se decía que tenía especial predilección por masticar las canillas de los mendaces. ¿A qué se debió la buena fama y simpatía ganada por el mastín? A que el humano a quien dio muerte era un temido delincuente que había entrado al local que Lay Fun cuidaba como propio por ser la tienda de su amo, pero más que eso, al hecho mismo de que el malogrado ladrón se ensañó con él, dándole de cadenazos en el rostro y en el cuerpo con el afán de amedrentar al can, quien viendo peligrar su vida, optó por alcanzar el cuello de su torturador. Finalmente, el buen rottweiler, previo entrenamiento, pasó a integrar las filas de la brigada canina de la Policía Nacional, llegando incluso a desfilar brioso en la tradicional Parada Militar de 29 de julio ante el aplauso del público, especialmente del infantil. ¡Quien a hierro trata, a fauces muere!

Si lo anterior no convence a los infieles, aquí otro botón para ese saco. Ringo es también un rottweiler muy querido por los niños del limeño distrito de Magdalena del Mar, en donde supo ganarse el cariño de ellos con exhibiciones de habilidad y destreza perrunas en más de una escuela de la zona. Un día sombrío de aquellos, Ringo que es ante todo un servicial integrante de la brigada canina del serenazgo distrital, en su intento de frustrar un asalto en las inmediaciones de la avenida del Ejército, recibió en el pecho el par de cuchillazos que estaban destinados a Mario Bravo, su instructor y amigo. Pese a ello, el heroico perro pudo desarmar al indeseable y fue entonces que Bravo pudo intervenirlo. No era de extrañar que la heroicidad de Ringo conmoviera al vecindario y que la unidad veterinaria del serenazgo magdalenense se convirtiese en lugar de peregrinación para muchos, especialmente para los niños que indagaban por el estado de salud del cuadrúpedo amigo de todos ellos. A la fecha en que escribo estas líneas, Ringo -hueso duro de roer, incluso para el de la guadaña-, es el más visitado y bienamado vigilante del malecón Grau.

Sasha es la dulzura y mansedumbre encarnadas bajo canina envoltura pitbull y, aunque tiene dueño, desde que apareció por los rumbos del jirón Ramsey, se convirtió en la mascota de todo el barrio. Niñas y niños la pedían prestada para jugar con ella y cabalgar sobre su lomo escenificando alguna batalla o, banderita de papel en mano, imaginarla el corcel de Ugarte y lazarse con ella desde la petiza altura de la orilla de una vereda tomada por Morro de Arica, al imaginario vacío de la pista para estallar luego en risas y cariños a la tierna pitbull. El que esto escribe, da fe de que Sasha no usa la dentadura para otra cosa que no sea triturar huesos de pollos a la brasa y darse opíparo banquete con ellos, como que muchas veces fue invitada a mi casa para esos menesteres.


De algunos especímenes de dos patas versus héroes de cuatro

El humanoide que en el Perú llamamos 'chofer de combi', no dudará en pisar a fondo el acelerador luego de haber tapizado la carretera con tu cuerpo. La solidaridad para con el semejante y el complejo de culpa son bagatelas frente a la perspectiva de caer preso; pequeñas faltas que se borran en el taller tras unos martillazos que restituyan las formas del parachoques abollado y del cambio de parabrisas que ese 'bulto' que fuiste tuvo la torpeza de arruinarle. Desde las orillas de la 'humanidad' perruna, sin embargo, no deja de conmover la noble acción del can que arriesgó su vida con tal de poner a salvo de las llantas el cuerpo de otro que había sido arrollado en plena autopista chilena, jalándolo con las patas en medio del incesante vaivén de neumáticos hasta arrimarlo a la orilla. Desde luego que no falta quien apunte, con impecable lógica de chofer de combi, que lo hizo 'para comérselo', pero si al imbécil en cuestión le costase aún asimilar que el perro no pertenece a su gremio, es decir, al de depredadores, habría que enrostrarle aquellas otras imágenes del cuadrúpedo que monta guardia frente al cuerpo inerte de un literal amigo de perradas, en medio de una congestionada calle china. Los perros son tan canívoros como caníbales los integrantes del equipo uruguayo de rugby que en 1972 se vieron forzados a engullirse los cuerpos de sus compañeros perecidos en el accidente aéreo que los dejó incomunicados y sin víveres en los gélidos Andes chilenos. Si no lo hacían, hubieran muerto de inanición. ¿Se deja entender la idea?



El animal y su víctima Matías

Decía don Manuel Atanasio Fuentes –jurista de brillo, retratista literario de la Lima de su tiempo, y decano del Ilustre Colegio de Abogados de Lima (1879-1881) – que la ley sirve para tres cosas: para leerla, para reírse de ella, y para guardarla; y viene a cuento la cita pues por estos días ocupa curul congresal un zutano que no dudó en desenfundar pistola a lo Gary Cooper en western cincuentero, y descerrajarle tres tiros al temible Matías, un schnausser de dieciocho meses que cometió la aleve afrenta –según cuenta en su descargo el cowboy de Huampaní- de comerse un pato de su corral, quizá con la misma avidez con que este anónimo tragaba y sigue atragantándose con el sueldo que todos le pagamos sin saber quién diantres era o es, ni qué hacía o deshacía como parlamentario. Miró Ruiz, quien para escarnio de sí mismo lleva por nombre lo que debiera ser en cualquier humano un apellido, le debe a su víctima el haber salido de ese anonimato para ser desde entonces, y para siempre, el congresista ‘Mataperro’ que, si alguna eficacia tuviese el Código Penal vigente, debiera haber cumplido, previa sanción, servicio comunitario de hasta treinta jornadas por cometer acto de crueldad contra un animal (Artículo 452, inciso 4), pero una vez más entendamos que la ley, sobre todo cuando involucra a impresentables con inmunidad parlamentaria como ‘Mataperro’, sirve para lo que expuso con sabiduría el doctor Fuentes.



¡Eres un perro! (II)

Un año después de aquella noche trujillana en que me prometí no volver a maltratar de palabra a un perro aunque fuese a kilómetros de distancia, me vi en el Parque Salazar, previa era Larcomar. La bullanguera discusión de una pareja de enamorados ensordecía el rugir de las olas de la bahía de Lima. De pronto, ella soltó esa frasecita y se hizo el silencio entre los dos. “¡Eres un perro!”, le dijo. El gesto adusto desapareció de mi rostro y en su lugar esbocé una sonrisa. La traje hacia mí y le di un beso en la frente. Era evidente que entre tanto reproche mutuo me había piropeado con cariño.


Lima, marzo de 2010