lunes, 14 de abril de 2014

LIMEÑOS Y LIMEÑISTAS


El fin de semana pasado dejó de existir mi buen amigo Manuel Scarpati Montero. Manuel fue limeño y limeñista; menciono lo primero y subrayo lo segundo. Y aunque ambos términos tengan por raíz común el nombre de una ciudad de ocho millones de habitantes, las diferencias entre uno y otro son tan marcadas y, a la vez sutiles, como las que existen entre el acto de mirar y el de observar. Limeño es –qué duda cabe- el nacido en Lima, capital de la República del Perú. Limeño lo es también, por razones de vecindad, el provinciano o extranjero que ha hecho de Lima su casa y su centro de trabajo. Unos y otros viviendo en una estresada y estresante ciudad como son todas las capitales del mundo, sin excepción. Ese mismo estrés que hace que la mayoría de limeños espere la llegada de un feriado para escaparse unos días en busca de un mejor respiro y de hacer turismo interno. El limeñista, sin embargo, espera un fin de semana o un día cualquiera para caminar por su propia ciudad; no le basta con vivir en Lima, le interesa conocerla para quererla pese a todo y darla a conocer. El limeñista no es un historiador en el sentido académico del término, pero gusta leer y contar las historias que se esconden tras del hollín de una vieja plazuela, de los adobitos en forma de librero de una huaca, y de las celosías de sus célebres balcones de cajón. Él sabe que cada esquina de la ciudad carga consigo una leyenda o acaso un secreto inconfesable que se hizo confesado, porque Lima es el lugar en el que los susurros rugen y los secretos se hacen colectivos.

     Al limeñista le encanta recorrer esos rincones e imaginarse en ellos a un Palma (el más ilustre de todos) recogiendo apuntes para una nueva tradición; a ‘El Murciélago’ Fuentes describiendo los tipos limeños del XIX mientras Fierro los retrata: tisaneras, aguadores, veleros y serenos; fiestas sacras con aroma a incienso y paganas con aroma a amor; procesiones y mascarones de papahuevos; carnavales de chisguetes en las calles y saraos de salón. También ven a un Valdelomar jironeando altivo, con bastón y pipa en boca, enfundado en fino paletó rumbo al Palais Concert para encontrarse con Vallejo, Mariátegui y Sánchez.


     El limeñista observa lo que otros miran, camina las veredas de la ciudad con plena conciencia de los nombres ilustres que transitaron por ellas. Practica en solitario ese ejercicio de la nostalgia y otras veces lo hace en grupo, en compañía de quienes, como él, comparten el mismo interés por la vieja ciudad. El único carné del limeñista, su distintivo indubitable, es su amor por Lima. Tampoco hay una edad promedio para ser uno de ellos, aunque las más de las veces ese amor, que es un acto de identificación con la capital y su historia, se nutre de los padres y abuelos; de sus anécdotas, de sus barrios y de las costumbres de un tiempo determinado. Todo ese bagaje vivencial captura al niño que, ya convertido en adulto, busca redescubrir por sí mismo esa ciudad de la que tanto le hablaron y a la que hoy ve tan cambiada.  Practica, pues, una suerte de arqueología de la memoria.

               Demolición de Palacio Marsano, Miraflores. Foto: Caretas.

     Es muy fácil reconocer a un limeñista. Por lo general mira hacia arriba, retando a la tortícolis, y observando al detalle la talladura de un viejo balcón o los medallones de una casa solariega. Comparte datos, enriqueciéndose de la interacción y, aunque siente una especial debilidad por el Centro Histórico de Lima, se  le puede encontrar en cualquier punto de la ciudad en que haya tan siquiera un vestigio de lo que fuimos, para explicarnos nuestro somos. El limeñista no cree que la suya sea una ciudad de trasbordo ni un peldaño circunstancial y obligado para conocer Machu Picchu. Sabe a fuerza de caminar, escudriñar, leer y oír, que Lima es una ciudad con suficientes pergaminos históricos como para ser en sí misma un lugar de peregrinaje.

      Sin ser artista, el limeñista anida un espíritu sensible; le conmueven los escombros de una casona de sabor añejo demolida por las combas de la modernidad, y procura capturar con sus cámaras un presente que no tendrá futuro aunque guarde muchísimo pasado. No es un idólatra de Lima y de su antigüedad; su pesar no es el de los fanáticos. Comprende que la falta de planificación, el desorden y la informalidad urbanísticos obligan a que crezca hacia arriba, en propiedad horizontal, pero se rebela ante la necedad e ignorancia de quienes destruyen cuadras enteras que otras capitales más ilustradas, y sin historia, se esmerarían en conservar como registro y testimonio de un ayer que hoy les reporta jugosos ingresos a título de turismo. El limeñista contrasta los viejos grabados coloniales con las fotografías del XIX y del XX. Con esos testimonios gráficos sabe cuánto ha cambiado Lima en cien o en cincuenta años, e intuye cuánto más habrá de cambiar ante la desidia de unas autoridades que no hace mucho patrocinaron su destrucción, y que hoy dejan librados al tiempo, al abandono y a la indiferencia, lo que aún queda en pie de uno de los más ricos patrimonios culturales y arquitectónicos del continente. 

          Palacio de los Deportes (años treinta), luego Sedapal (1940-2012), Breña.
                                                  Foto: Archivo Fotográfico V & C Breña Contreras.


     A Manuel Scarpati lo conocí hace algunos años en una de esas caminatas limeñistas que, por lo general, terminan en un restaurante entre bromas, anécdotas y ricos sancochados. Delgado, de fácil sonrisa y pulcro vestir; anteojos de sobria montura y aura intelectual. Lo era, ciertamente, pero por sobre todo no dejó de ser un limeño mazamorrero que gustaba de la buena tertulia y de los chistes finos; un amante incondicional de la amistad. Al comenzar estas líneas, dije que mi amigo Manuel había muerto. Al terminarlas, me lo imagino recorriendo la ciudad que tanto amó; esta vez sin las limitaciones de la época ni la envoltura de la edad. Traspasando los linderos de los siglos, hoy caminas por la tres veces coronada villa: precolombina, colonial, y republicana.  

Lima, abril de 2014