sábado, 20 de septiembre de 2014

DE UNA 'RAZA DISTINTA'



Pequeñín como jinete de hipódromo aunque de ambiciones políticas y bolsillos gigantescos. César Acuña Peralta es un espécimen raro en la política, difícil de catalogar, y aún más complicado de describir, y en esto no hay injuria pues él mismo se reconoce de una ‘raza distinta’. Un buen día se convirtió en el más doloroso pique en el dedo gordo del APRA tras haber hecho flan con el ‘sólido norte’ y hacerse de la alcaldía de Trujillo, cuna de Víctor Raúl. Desde entonces las baterías del partido de la estrella estuvieron dirigidas hacia él. Los ‘compañeros’ no imaginaron que, para buena suerte de ellos, Acuña portaba un grueso y pesado pistolón que jugaría en su propia contra: su boca


        Sus frases, deliciosas como la torpeza de un manco en acto de abrazar, llenarían anaqueles si alguien con mejor disposición de tiempo y paciencia que nosotros, se diera el trabajo de compilarlas. No sería tarea ardua ni sacabostezos; divertidísima más bien. Por nuestra parte, nos limitaremos a glosar algunas exquisiteces a manera de muestra gratis. 


        Hombre dotado de múltiples y distinguidas virtudes no podía ser ajeno a las múltiples y muy distinguidas amistades: Gandhi, Neruda, Voltaire, Rusó (sic), entre otros, han pasado a engrosar su entorno amical bajo el tamiz de su cuenta de Twitter. En ella suele citar frases célebres de estos esclarecidos personajes no sin antes anteponer el muy convincente “mi amigo”. No hay pecado en ello si, como es cierto, un lector ávido llega a establecer un vínculo tan estrecho, tan íntimo con lo que lee, que termina sintiéndose de alguna manera cómplice de su autor. Claro está que cuando el amigo ha dejado el mundo de los vivos hace algunas centurias, se hace mucho más difícil frecuentarse. Pero hay amigos y grandes amigos; en esta última categoría don César Acuña incluye al poeta uruguayo Mario Benetti (?), a quien desde luego citó y prometió publicarle algunos libros. No faltó un impertinente que le informara con sorna -siempre vía Twitter- que su ‘gran amigo’ apellidaba Benedetti y que, como los demás de su collera, llevaba ya algunos años bajo tierra. Antes o después de esta trastabillada en redes, se jactó de no haber leído un solo libro en su vida (quizá los leyó todos). No dudamos de esta declaración tan sincera como espontánea; sus constantes “nadies”, “dijites”, “hicites” y demás aportaciones al idioma no admiten posibilidad de desmentidos. No hay, pues, delito ni merma para el organismo si no se ha hojeado cuando menos el abecedario, pero hay un detalle del tamaño de una universidad que es, además, su propia Universidad César Vallejo. El tener título universitario y doctorado sin haber tocado la pasta de un libro no es cosa improbable en nuestro país, con todo lo que hemos visto; pero ser dueño, rector-fundador de un centro superior, y presentarse como ejemplo en comerciales de televisión ante un alumnado que lo escucha perorar “…yo soy como ustedes, de una raza distinta…”, invita a temblar por el futuro de esos estudiantes.

        Con todo, el buen señor Acuña se hizo a sí mismo, lo que es muy loable y ejemplar. Lo dudosamente loable y ejemplar son las formas, dichos e imposturas que tiene por estos días en su afán por trepar la presidencia regional de La Libertad. Y he aquí que vienen las cerezas más sabrosas, pues si lo anterior no pasaba del anecdotario, lo que sigue sí es muy preocupante.

        Ya en 2010, don César, haciendo honor a su respetable apellido, acuñó la frase “Plata como cancha para ustedes” en un video que le grabaron subrepticiamente y en el que fijaba su estrategia de campaña con miras a la reelección a la alcaldía de Trujillo. “Por mi parte, como municipalidad, vamos a hacer campaña…”, se le oye decir. En esto no se distingue el pez de los del mismo acuario. Minutos después revela sus intenciones de alcanzar la presidencia de la República, y pronuncia la frasecita de marras, uno de los más selectos frutos de la criollada política, y muy emparentado con la atribuida a un expresidente que busca repetir churrasco por tercera vez: “La plata llega sola”.

        Como buen educador -aunque no haya leído un libro en su vida-, le preocupa el porvenir de sus alumnos, y si está en sus manos asegurarles los frejoles, a don César no le tiembla la mano ni la voz para asegurarles un venturoso y burocrático porvenir en acto público: “¡La municipalidad –se refiere a la de Trujillo- tiene que ser para los egresados de la Vallejo!”.  Cierto que a condición de que voten por él y de que estén al día en sus pensiones, le faltó decir, aunque va sobreentendido. Buen Midas tiene la Universidad César Vallejo. Y aquí una pequeña digresión: sospecho que el señor Acuña ha bautizado así a su universidad no precisamente por su afición al autor de Trilce. Si le puso Vallejo es porque sería demasiado ególatra y de muy mal gusto llamarla Acuña, pero en el nombre va el autobombo. Si de lisonjearse se trata, Cesitar es tan alto como el propio ‘doctor’ García, aunque suene a sarcasmo.

        “Todo gran hombre –y Acuña está convencido de serlo- tiene su Waterloo”, dijo alguien y, en el caso de nuestro personaje, Waterloo podría ser Pataz  (subrayamos el condicional por aquello de que todo es posible en el Perú). En Pataz descubrió sorprendido que La Libertad no es su universidad, y que los pobladores no son sus estudiantes ni sus empleados. Fue tan inesperada la actitud de quienes creía sus súbditos, que le sobrevino la pataleta. ¿Qué había pasado? El iluminado les dijo a modo de advertencia que si no votaban en Pataz por su candidato a alcalde, no haría ‘convenio’ con otro. Habría que redefinir esta palabra, o sospechar cuál otra quiso disfrazar con ella. Solo por eso -minucia en la psicología Acuña- se le sublevaron llamándolo “chantajista”. ¡Mira, qué lisura! Nunca nadie le había parado los machos al señor y, como buen macho, había que dar el berrinche: “Los reto sin vanidad. Voten o no voten, yo voy a ser presidente regional”. ¿Cómo estuvo eso? Hay dos interpretaciones posibles: la de Acuña, la que nace de su propia psicología, y la de cómo le suena a los demás. Son dos universos distintos, paralelos, que no encuentran ni encontrarán punto de intersección posible. Comencemos por la manera en que la entiende el resto de mortales: “¡Se los digo en su cara, cojudos! Me importa un camote lo que piensen. Yo voy a ser su amo, aunque chillen”. Ahora crucemos el puente y pidamos hospedaje en el cráneo del insondable Acuña. Toc, toc, toc. Nadie atiende. ¿Habrá algo allí? Conformémonos con imaginar: en su arrebato, Cesitar trató de hilvanar una oración y no le salió ni la pepa de la aceituna. Eso le pasa por subestimar a los libros. El buen hábito de la lectura nos provee de recursos lingüísticos que hay que guardar bajo la lengua hasta que haya necesidad de usarlos.

        Ante semejante cuadro, no envidiamos la piel de nuestros amigos liberteños. Están obligados a escoger entre el sabio Acuña y… ‘¡Viva el APRA, compañeeerooos, viva la alianzaaa popuuulaaar…’, ‘Sólo el APRA salvará al Perú’ y otras especies por el estilo. En ambos casos, y sin prejuicio alguno, estamos frente a seres de una ‘raza distinta’.¿Qué raza será esa? Pues la que genera en bocas indignadas la expresión ‘¡Qué tal raza la de estos!’. 




sábado, 13 de septiembre de 2014

¡VETE A LA MISTURA!


Vamos a intentar un acto de herejía: atentar contra ese dios pagano (porque además hay que pagarle para deglutirlo) que es Mistura. En un país en que el ciudadano promedio admite que le mienten la madre, pero mata cuando le dicen que el cebiche sabe feo y que es chileno -por decir algo absurdo-, lo que vamos a escribir tiene, pues, sabor a suicidio. Ya estábamos medio tristones con lo de Cerati, así que pisamos a fondo el acelerador.

      Como en toda religión, cuenta con una legión interminable y metiche de predicadores que se meten a tu casa sin posibilidad alguna de darles el portazo de rigor. Usan los noticieros, los diarios e Internet para colarse de contrabando y abrirte el apetito con imágenes suculentas. Saben que en la tentación está el cebo, y este divino dios que es Mistura, a diferencia de sus colegas, te invita a pecar. He allí el detalle.


      Además, por ser religión oficial del Estado durante las dos semanas en que hace escala en la Costa verde –como que es inaugurada por el mismísimo presidente de la República-, se te pone en bandeja de plata (porque cuesta plata) todas las facilidades. Buses amarillos del Metropolitano recorren de cabo a rabo la avenida Brasil para llevarte al templo, porque es un gran templo donde los peregrinos hacen largas, larguísimas colas para acercarse a la divinidad y ofrecerles sus panzas en sacrificio: un chancho al palo, un anticucho con harto huacatay, o una papa bien rellena. Contrariamente a otras confesiones, los diezmos se pagan por anticipado: te cuesta veinticinco soles ingresar al templo. Una vez adentro, tienes más de un santo al cual confesarle tu gula, que es pecado capital, por cierto. Eso sí, a diferencia de otras iglesias, aquí eliges a tu santo de manera democrática: animal, vegetal, mezcla de ambos, artificial, dulce, salado, agridulce, etcétera. Encima te los llevas a la boca... y te los tragas.


       Hasta allí todo suena bien en ese oloroso proceso digestivo, pero hay un detalle, un gran detalle: "¡Haz tu cola, pe' cuñao!". Sí, el rezo amerita penitencia previa, y como en esas imágenes arrancadas del Medio Evo, con creyentes flagelándose el lomo a siete púas el chicote, la procesión amerita paciencia, pies firmes y, como ya dijimos, colas. Pasan cinco, diez, quince, veinte, y treinta minutos, y tú sigues parado, putamadreando una que otra vez, es cierto, pero con la misma expresión beatífica de cara al divino: párpados caídos, nariz en ristre, mandíbula vencida y, de la boca, hilachas de baba descolgándose. Cuando por fin llegas a él con las rodillas dobladas, ¡hostias, tampoco el rezo es gratuito! Te llevas la mano al bolsillo, buscas tu óbolo y lo depositas en las del monaguillo, quien te dará a Sangrecita -por citar a uno del santoral- sobre un humilde cartón. El santo viene también en minúscula porción, porque el único diablo que se opone al dios Mistura es la obscena y muy peruana afición a la abundancia. Acto seguido, el feligrés busca sitio en donde masticar a gusto la cosa divina, pero son tantos los devotos, que acabará de pie frente a un hermano de gula, mirándole los molares en pleno triturar del santo; fantasía lúbrica de cualquier odontólogo. Llenado el buche, como el dios Mistura manda, se dará cuenta de que su calzado ha sido otro sacrificio: arenado, como de caminante del desierto, porque aunque el mar esté enfrente, es, precisamente, arena de playa. Con las rodillas, pies y mandíbulas adoloridas, recorrerá otras naves del templo (“mundos” que les llaman aquí). La boca jadeante precisa de un buen vaso de algo, de otra divinidad en forma de líquido. Allí están San Chicha, San Pisco, San Jugo (con hábitos de distintos colores y sabores, desde luego), y están junto a ellos las colas de devotos buscando humedecer el paladar y refrescar el estómago. Largas colas, eso sí. Como ha entrado al templo a rezarle a más de un venerable, cumplirá penitencia aún sintiendo que ya está en el purgatorio. Llegado al sacristán y entregada la donación que nunca es a voluntad, busca un lugar adecuado para beber del líquido piadoso y se ve rodeado de otros tantos feligreses de bocas abiertas, bebiendo a borbotones, como él. Los suspiros de satisfacción se confunden, suenan a pareja en cuarto de hostal y, multiplicados, suenan a orgía. Un devoto ha aspirado el humor de otro en acto de comunión, como una suerte de “daos fraternalmente la paz”.  ¡Pero faltó el postre!... y allí va el muy acólito a repetir la misma procesión. 


      Desde lo alto del acantilado de Magdalena del Mar, un infiel observa al templo engullirse a todos esos devotos que hacen cola en su boca para ser masticados por él y cebarse de ellos. Se reconoce ateo frente a sus encantos, y recuerda haberle visitado una sola vez por pura curiosidad, hace muchos años. Camina con las manos en los bolsillos por la avenida Brasil mientras repasa sin emoción esos buses amarillos abarrotados de fieles que van al templo o vienen de él. No siendo creyente de Mistura, es, no obstante, hombre de buen diente. Observar desde el malecón al todopoderoso agitando las fauces en orgía pantagruélica, le ha dado hambre. Llega entonces al cruce de los jirones Ayacucho y Manco Cápac, dejándose arrastrar por el humeante aroma de los anticuchos de doña Tarcila, toda una institución del distrito. Allí, en la intemperie, mastica con deleite esos pedazos de corazón de res. “Más ajicito, pues, doña Tarcila”. Lo hace, sin embargo, de una forma muy distinta a la de los devotos de la religión pagana: sin colas y, sobre todo, ¡sentado!

Lima, septiembre de 2014



Fotos: 1) La República. 2) La Sotana del Inquisidor.