sábado, 30 de diciembre de 2017

INTERÉS CON INTERÉS SE PAGA



Es la noticia del año, y el presidente de la República no tuvo ‘mejor’ momento que plantearla en vísperas de Navidad, por ello es imposible no comentarla. De ahí que hayamos modificado el viejo refrán que da título a estas líneas. Y es que, a ojo de buen cubero, no existe amor entre el presidente y Kenji Fujimori, tras de quien asoma la figura tutelar de su padre, sino un mero trueque; un intercambio de favores fraguado, incluso, a espaldas de los consejeros más próximos a Pedro Pablo Kuczynski (PPK).

      Mucho se ha repetido por estos días que ningún anciano merece morir en la cárcel. Estamos de acuerdo parcialmente, pues Abimael Guzmán sí se lo merece. Incluso nuestro presidente, siendo un hombre de la tercera edad, no se merecía la cruel guillotina de la vacancia, pues fue elegido en justas lides y debe terminar su mandato en 2021; no antes. Pero el que PPK sea un exitoso empresario y banquero, no lo hace, ni por asociación de ideas, un estadista. Se ha estado disparando compulsivamente a los pies a lo largo de año y medio de gobierno y, lamentablemente, sufre de rinitis política, porque es incapaz de olfatear los dilemas a los que debe adelantarse como jefe de Estado. Sobre esto ya hemos escrito extensamente en nuestro anterior articulillo.

    El criterio de la oportunidad, tan indispensable en política básica, le es ignoto. Pudo haber esperado unos cuantos meses antes de ejercer su prerrogativa constitucional de indultar a un delincuente, y lo decimos así sin afán peyorativo, pues por definición este derecho de gracia -que es a su vez un rezago monárquico- se concede por definición única y exclusivamente a delincuentes; jamás a un inocente. En la práctica consiste en que la cabeza del Ejecutivo enmiende la plana y deseche la decisión tomada por otro Poder del Estado (el Judicial), lo cual ya es discutible y ha merecido más de un debate doctrinario en foros académicos.

      PPK olvida un hecho incontrastable: que fue elegido básicamente en oposición a Keiko Fujimori y, políticamente hablando, su decisión significa un desaire al electorado que le endosó sus votos en segunda vuelta. Pero no es lo único que olvida nuestro presidente; también ha devaluado aún más su feble credibilidad al renunciar a su propia palabra; él no concedería el indulto, repitió más de una vez en campaña, por el contrario, promovería un proyecto de ley que permitiera una modificación a nuestra legislación a fin de que Alberto Fujimori cumpliera arresto domiciliario. Así lo entendieron muchos de sus colaboradores más cercanos, entre consejeros presidenciales, congresistas de su bancada, y funcionarios varios de su régimen que, legítimamente, se han sentido defraudados por su decisión. Entre los congresistas, sus más ardorosos defensores en contra del pedido de vacancia propiciado por el fujimorismo radical: Vicente Zeballos (vocero titular de la rala bancada oficialista), Gino Costa y Alberto de Belaunde. Entre sus consejeros, Máximo San Román (que estuvo monitoreando el debate de la vacancia desde una de las galerías del Parlamento) y Felipe Ortiz de Zevallos. Entre los ministros de Estado, Carlos Basombrío (Interior) y Salvador del Solar (Cultura). La renuncia del director de Derechos Humanos del Ministerio de Justicia, Roger Rodríguez, también es significativa. ¿Con quién piensa gobernar ahora el señor presidente?, ¿acaso con alguno de los diez fujimoristas del ala ‘albertista’ que se abstuvieron de votar en favor de su vacancia? Ese favor ya ha sido pagado con el indulto a su líder histórico. Nada se deben el uno con el otro.

      Pero lo que menos entiende el presidente de la República es el agravio que ha infligido a los deudos de La Cantuta y Barrios Altos (niños incluidos entre las bajas del premiado grupo Colina). Su escueto y genérico mensaje a la Nación propagado cuarenta y ocho horas después de la concesión de su gracia (acaso forzado por las marchas en contra de su decisión, por cierto, soberana) fue una repetición de los argumentos del ex reo de Barbadillo, mimetizándose con él: don Alberto Fujimori sólo cometió “errores y excesos”. Si sólo fueron pecadillos, parafraseando a un gran político cuyo hijo fue protagonista de un ‘vladivideo’, ¿para qué la concesión del indulto? ¿Sabe PPK lo que es jurídicamente un indulto y lo que compromete? En honor a la verdad, lo estamos dudando. Bastaba entonces con abrirle a Fujimori las puertas de Barbadillo, sin que tuviera que despeñarse políticamente con una decisión que ha polarizado aún más a la población haciendo inviable –desgraciadamente- su tan mentada invocación a una ‘reconciliación’, término antes demonizado por los fujimoristas radicales, y hoy ensalzado por ellos mismos. ¡Cuidado!, también los terroristas hacen alarde de él.

       Hace unos meses, PPK sostenía que no quería hacer de Fujimori un segundo Leguía. Quizá sus años de internado escolar en Inglaterra le hayan impedido ojear un libro básico de Historia del Perú, y de allí su trastabillada. Augusto Bernardino Leguía agravó su enfermedad en la cárcel, ciertamente, y fue llevado a Bellavista cuando todo era inútil para salvar su vida, pero el régimen que lo confinó en el presidio fue una dictadura, la de Sánchez Cerro, que no le permitió un justo juicio. Por el contrario, Alberto Fujimori fue juzgado en democracia, con todas las garantías del debido proceso, con observadores internacionales que verificaron la pulcritud del mismo y, adicionalmente, con la transmisión en vivo, por las diferentes estaciones de televisión, de las incidencias de su juicio oral. Documéntese, señor presidente.

      Habiendo dicho esto, como tributarios de los derechos establecidos en la Constitución, no estamos en contra de las marchas que discrepan de la decisión presidencial, pues presuponen el ejercicio del derecho de reunión. Nos oponemos enérgicamente a los desmanes y provocaciones que se han dado en ellas, pues las deslucen y desnaturalizan, pero así de dividido está el país por la actitud del presidente y la débil, balbuceante y pueril explicación que ha dado el ministro de Justicia, que por decencia, debería hacer dimisión de su cargo. No me extrañaría, sin embargo, que sea ratificado por el presidente, dado que han cojeado, en este caso en concreto, del mismo pie: la mendacidad. No por gusto han hecho de él, de Alberto Fujimori, y de su amado Kenji, las piñatas más requeridas para celebrar el fin de año a modo de auto de fe inquisitorial.

       Pese a lo crítico que se presenta el panorama político de estos días, deseamos a todos los que tengan a bien leer nuestros humildes comentarios, un mejor año 2018, del mismo modo en que, como demócratas, van nuestros parabienes al actual presidente de la República, que se está quedando solo, solitariamente solo, valga la redundancia, y por exclusiva culpa suya.

Foto: Deslengua2
  


 Lima, 30 de diciembre de 2017

viernes, 22 de diciembre de 2017

GOLPE FRACASADO


No prosperó la consigna de la dueña de Fuerza Popular, Keiko Fujimori: que su bancada eche de Palacio de Gobierno al presidente que, para mal o para bien, habita ahí por decisión ciudadana. La todopoderosa lideresa y heredera de la prepotencia y estilos con los que gobernó su padre en los noventa, soñaba con engullirse a Pedro Pablo Kuczynski (PPK), cual pavo navideño. Ni los bramidos del impresentable Becerril, ni el ultimátum altanero y risible de su versión edulcorada, el tal Salaverry, le permitieron degustar un menú del cual no quería dejar ni los huesos; idea que fraguó desde el momento mismo en que PPK asumió el mando. Tampoco sirvieron las desternillantes argumentaciones de su ahijada política, Yeni Vilcatoma, cuyo verbo inflamado y las alusiones a Condorito, generaron más de una carcajada a mandíbula batiente. La señora Bartra, quien ha sumado un baldón más en contra de su desempeño como presidenta de la Comisión Lava Jato del Congreso, profanó en vano las palabras de José Faustino Sánchez Carrión, Fundador de la República, para justificar torpemente lo que hubiese constituido un golpe de Estado del Legislativo al Ejecutivo, causando la repulsa del Solitario de Sayán, acólito que fue de la separación de poderes y de Montesquieu (y no hay que ser médium para imaginarlo). Las bataholas del ‘compañero’ Mulder, que fungió de triste comparsa del fujimorismo, se ahogaron también en la vergüenza.

Foto: Diario Uno

      Pero el presidente de la República no fue precisamente el general victorioso de la jornada de ayer, por más que se animara a acometer esta madrugada sus robóticos pasitos de baile, como si de ganar las elecciones por segunda vez se tratara. Ciertamente, el rechazo a su pretendida vacancia, representa para él un respiro, una bocanada de aire puro que debiera aprovechar para empezar a conducirse como un estadista, algo que no le conocemos hasta la fecha. Debe creerse de una buena vez por todas que es el jefe de un Estado; el hombre que, por añadidura y conforme al texto constitucional, personifica a la Nación, dejando en el baúl de los objetos en desuso la actitud timorata e insípida que ha caracterizado a su régimen.

      Lo anterior no implica, por cierto, que el presidente trastoque su personalidad y empiece a actuar con la soberbia, arrogancia y malcriadez que es tinta indeleble de la bancada parlamentaria de propiedad de Keiko Fujimori. Debe flanquearse de hombres inteligentes en el quehacer político. Está, pues, obligado a emular a Pericles, quien solía jactarse de estar rodeado de personas más capaces que él. El gerente de una empresa o el miembro del directorio de un banco, no tiene por qué ser a fuerza un buen gobernante o un ministro eficiente; el país –y esto se lo han repetido con puntillosa asiduidad- no es una influyente corporación económica.

      Los gestos son más que relevantes. Durante su presentación en el Congreso de la República, y en su más reciente mensaje a la Nación, un PPK aparentemente seguro de sí mismo, sin vacilar ni balbucear, nos habló de lo importante que era defender su honor y buen nombre, atributos indubitables del hombre digno. Que no pierda la oportunidad de hacerlo; que preste su concurso en todas las investigaciones que le hagan, sea a nivel congresal, sea a nivel fiscal, con las garantías de un auténtico debido proceso y del respeto a su investidura, sin escudarse en las interpretaciones huidizas de “connotados constitucionalistas”. Ese solo hecho lo enaltecería, permitiéndole reedificar una credibilidad algo quebrada por la mala fama de mentiroso con que lo adornaron dudosa y falazmente fujimoristas e izquierdistas.

      El presidente de la República tuvo el acierto de hacerse acompañar en el hemiciclo congresal, del abogado Alberto Borea Odría, quien a su condición de constitucionalista, suma su experiencia política de larga data. Borea desbarató el sainete de la bancada de propiedad de la señora Keiko, mal disimulado con disfraz de ‘debido proceso’. Dio cátedra de lo que significa este concepto básico y crucial del Derecho Constitucional y Procesal. Como hábil esgrimista, dio estocadas a los acusadores, recordando cómo en el régimen de su líder histórico, se mataba, se compraban congresistas, medios de comunicación; se denigraban honras, se intervino el Poder Judicial, el Ministerio Público, y se guillotinó a los magistrados del Tribunal Constitucional que se opusieron a la inconstitucional ‘interpretación auténtica’ que permitió la pantomima de la tercera y fraudulenta ‘reelección’ de Alberto Fujimori en el año 2000. Por último, desarropó, sin mencionar nombres, a muchos de los fujimoristas de nuevo cuño, preguntándose quién es más incapacitado moral y permanentemente para desempeñar una función pública.


Foto: Perú 21

     Ganó la democracia, no necesariamente PPK; perdió la angurria por el poder que domina el temperamento de Keiko Fujimori, a quien sus congresistas fueron a visitar concluida la votación, para reconfortarla por la derrota -la aplastante derrota-, y prometerle las cabezas de los diez parlamentarios fujimoristas que –incluido Kenji Fujimori- se abstuvieron de votar, acaso porque optaron por ser notables antes que ‘notorios’, como invocó Borea, parafraseando a don Roberto Ramírez del Villar, último presidente de la Cámara de Diputados. Al no estar sujetos a mandato imperativo, primó en ellos su conciencia; no el capricho de una señora que aún no digiere el hecho de haber perdido la segunda vuelta de 2016.

       Por lo pronto, el señor Luis Galarreta puede ir ordenando al oficial mayor del Congreso que arroje al cesto de lo inútil el proyecto de resolución legislativa, urdido en algún recinto naranja, con que se pretendía, a su vez, arrojar de Palacio de Gobierno al presidente elegido por los peruanos.

Foto: Publimetro

Lima, 22 de diciembre de 2017