El aeropuerto internacional de Lima lleva su nombre, y con él se bautiza a más de una calle en toda la República. Su figura perennizada en piedra, corona pedestales en plazas y parques del Perú, Francia, Italia y Suiza. Pero, ¿quién es este Jorge Chávez que no llegó a pisar la tierra de su patria y sólo vino a dar a ella hecho cadáver? Su nacimiento en París el 13 de enero de 1887, aunque matizado por el hecho de haber sido inscrito como peruano en el consulado patrio de la capital francesa, nos dice algo. Sus padres, el exitoso banquero Manuel Gaspar Chávez Moreyra y doña María Rosa Isabel Dartnell Guisse (1), formaban un matrimonio de limeños que, como tantos otros, huyó de la capital peruana tras la ocupación chilena, llegando a Francia en 1884. Sus hijos, a excepción del mayor, Felipe Manuel, habrían de nacer en el exilio europeo.
Jorge Antonio, llegado a la adultez, hubiera podido optar por la nacionalidad francesa que le correspondía por nacimiento y por crianza; contrariamente a ello, siguió haciendo uso de su nacionalidad peruana y practicando el castellano junto a su madre y hermanos. Para cuando se graduó de ingeniero, su padre había dejado de existir. Con todo, los Chávez Dartnell mantenían su holgado estatus de vida, gracias a las utilidades que desde Lima les redituaba el negocio familiar, el Banco Chávez Hermanos.
El Jorge de carne y hueso anidaba un espíritu aventurero. Seductor en más de un sentido, paseaba por las calles parisienses la pulcra y moderna vestimenta confeccionada a gusto propio, que habría de ser imitada por los jóvenes franceses de la época. Era el dandy de una familia que sumaba cinco hermanos. Una que otra vez endulzó con elegantes piropos los oídos de las jovencitas que supieron corresponder a su penetrante mirada. No era sin embargo un mero diletante; estudiante brillante y aplicado gimnasta, se dejó conquistar por los deportes y experiencias extremos, entre ellos, la ilusión de tentar el vuelo de los pájaros.
Siete años antes de que Chávez remontara los aires por primera vez, la aviación no era más que el disparate de unos cuantos temerarios que pretendían poner en práctica las tesis renacentistas de Leonardo da Vinci. El temible vuelo de estos hombres había demostrado la posibilidad de acortar distancias, favoreciendo la comunicación postal. Los viajes cubrían cortas rutas, y la efectividad y rapidez del correo estaban supeditadas a lo que en adelante hicieran las líneas férreas. La aviación era fundamentalmente un deporte que no había abandonado del todo su etapa experimental.
Corría el año 1910, cuando el joven ingeniero recién graduado, fascinado por la novedad y las posibilidades que este deporte ofrecía a futuro, mudó a aviador. Tras su paso por la escuela de los hermanos Harman, obtuvo su ansiada licencia de piloto, y el 28 de febrero de ese año sobrevoló la ciudad de Reims por espacio de una hora y cuarenta y dos minutos. Chávez se juzgó entonces lo suficientemente preparado como para tomar parte de su primera competencia internacional. Agenciándose de una máquina Voisin, se elevaría por los aires de Biarritz el 2 de abril, haciéndose de seis mil francos en calidad de premio. A éste seguirían otros torneos en Francia, Italia, Hungría, Inglaterra y Escocia.
Entre abril y septiembre de 1910, los diarios europeos dieron cuenta de sus victorias en sendas notas que rebotaron en sus pares peruanos. El 8 de septiembre estableció la marca mundial de la época al alcanzar la altura de 2.652 metros. El Congreso peruano le expresó telegráficamente su júbilo por la proeza, a lo que Chávez contestó: “Agradezco compatriotas. No pierdo servicios aviación prestará Patria. (Fdo) Chávez”. Días después, manifestó a su hermano Felipe la ilusión de promover la práctica de la aviación en tierra peruana.
Abrigaba este sueño cuando se anunció la competición de vuelo que habría de opacar a cualquier otra antes vista: cruzar los Alpes. Hasta entonces, nadie había osado vencer aquella muralla natural entre lo probable y lo imposible. Sus cumbres se alzaban cual guerreros divinos en ademán de frenar todo atrevimiento humano. La fecha fijada para acometer semejante herejía, el 23 de septiembre; el lugar de partida, Ried-Brig, Suiza.
Día 23
Aquel día, Jorge despertó poco antes del amanecer. Vistió una chompa beige de alto cuello y pantalón bombacho aprisionado por gruesos calcetines a la altura de las canillas. Calzó los botines lustrados con esmero, para mirarse luego en el espejo y acomodarse el gorro de cuero bajo el cual escondía una cabellera perfectamente asentada. Salió de la pequeña habitación rumbo al descampado en que se alzaban los improvisados hangares de madera. Sobre cada uno de ellos flameaba una bandera distinta. Contabilizó cuatro extranjeras: las de Alemania, Estados Unidos, Francia e Italia. Encima del marco de la puerta que cobijaba al Blériot XI, leyó su apellido trazado en pintura negra. Coronando el techo a dos aguas, ondeaba la bandera roja y blanca del Perú. Dio entonces una rápida inspección a la nave; era un monoplano adquirido poco antes del torneo de Champagne, construido de tela y madera, y montado sobre un par de ruedas angostas, similares a las de un triciclo. Dio una vuelta a la hélice como jugando, y frotándose las manos, caminó de regreso al cuarto para beber una humeante taza de café y esperar los primeros rayos de la mañana.
Horas más tarde, los cinco aviones estaban apostados en el campo en línea horizontal. Jorge, puesto los anteojos y el casco de cuero, se acomodó en la silleta de mimbre del Blériot, mientras los jueces hacían las últimas coordinaciones. Había terminado de abotonarse la casaca forrada de amianto, cuando descubrió del lado izquierdo de la nave a un hombre que, libreta en mano, le inquiría por sus expectativas. Era un periodista londinense. El peruano alzó el brazo derecho y señalándole con el índice la cadena montañosa que se divisaba a lo lejos, respondió: “Pase lo que pase, voy a estar del otro lado de los Alpes”. Minutos después, los jueces dispusieron el desalojo de los curiosos arremolinados en torno a las máquinas voladoras. La competencia iba a comenzar.
Frotó una vez más sus manos cubiertas por gruesos guantes de cuero a la espera de que el banderín diese la señal. Al verlo bajar, accionó los cincuenta caballos de fuerza del Blériot que segundos después se elevó con ligereza. A su paso por los pueblos intermedios, distinguió desde lo alto el repetitivo agitar de pañuelos con que los lugareños saludaban el paso de su nave.
Frente a él, cada vez más cercanas, veía venir aquellas cúspides amenazantes; debía remontarlas a como dé lugar. Las naves adversarias habían quedado rezagadas. La tenue neblina las desdibujaba a la distancia, simulando pequeños insectos zumbadores. Jorge supo que había llegado el momento. Fijó la mirada en el cielo para bajarla de inmediato hacia las moles que acababa de vencer. La cola del monoplano, pintada con los colores de la bandera peruana, sería lo último que los Alpes vieran de su primer transgresor. Jorge lanzó un grito de satisfacción.
Ya del otro lado de la cordillera alpina, en tierra italiana, llegó hasta sus oídos el eco de los vítores de los habitantes de Domodossola, la localidad en que debía aterrizar para proveerse de combustible y seguir rumbo a Milán, destino final del torneo. El reto, sin embargo, ya estaba ganado.
Jorge empezó el descenso con normalidad. Su felicidad y la confianza en sí mismo estaban al tope luego de haber vencido los Alpes. De pronto, sucedió lo impredecible: restando escasos veinte metros para tocar tierra, las alas del Bléirot se desprendieron y la nave fue a estrellarse de manera estrepitosa contra el campo previamente preparado para festejar su hazaña.
Los pobladores corrieron presurosos hasta el lugar del siniestro y, encontrando a Jorge consciente y quejándose de dolor de piernas, lo rescataron de entre las ruinas de la nave y lo entablillaron para conducirlo luego al cercano Hospital San Biaggio.
El examen médico arrojó fracturas en las piernas y algunas contusiones leves en el rostro. Lo realmente grave era la gran cantidad de sangre que había perdido el joven piloto. Sólo su fortaleza física lo mantenía con vida.
El desenlace
Promediando las dos de la tarde del día 27, Jorge sintió venir el despegue a un itinerario distinto. Susurró entonces con voz estertórea: “La altitud… arriba, más arriba… el motor… debo bajar… quiero levantarme”. Una tía suya lo tomó de un brazo, acariciándolo. Su hermano Juan lo tomo del otro. Jorge observó esas miradas tristonas y una que otra lágrima que intentaron reprimir de manera infructuosa. Fue entonces que apretó lo más que pudo las manos de sus parientes y, con voz firme y decidida, exclamó: “¡No, yo no me muero!”, luego de lo cual emprendió su vuelo final. Las agujas del reloj marcaban las dos y cincuenta y cinco minutos de la tarde.
El arribo a la patria
El cuerpo del joven aviador peruano de 23 años recibió el homenaje del rey de Italia y del presidente francés. Meses después, el 19 de marzo de 1911, la familia Chávez Dartnell entregó al gobierno peruano los restos del Blériot de Jorge. No obstante, uno de sus sueños quedaba aún suspendido en el cielo de sus ilusiones: ir al Perú, tal como confesara a su hermano Felipe. El viaje que Jorge había previsto con tanto entusiasmo para inicios de 1911, habría de postergarse por espacio de cuarenta y seis años. Llegó a Lima en 1957, y fue recibido con el rugir de un motor que le era familiar. En eso apareció por la pista el mítico Blériot XI, reconstruido a partir de sus piezas originales, para detenerse finalmente cerca del mausoleo que la Fuerza Aérea del Perú le erigió en la Base de Las Palmas. Ahí descansa en paz Jorge Antonio Chávez Dartnell, custodiado por su querida e histórica nave.
Lima, 23 de septiembre de 2010
(1) Doña María Rosa, madre de Jorge Chávez, fue nieta del almirante Martín Jorge Guisse (1780-1829), valeroso combatiente en las luchas por la independencia y fundador de la Marina de Guerra del Perú. Murió heroicamente en la toma de Guayaquil, durante la guerra declarada al Perú por la Gran Colombia.
Jorge poco antes del despegue
Preciso momento en que cruza los Alpes
Chávez llegando a Domodossola, segundos antes del accidente
Cortejo fúnebre en Domodossola, Italia.
Tumba de Jorge Chávez en la Base Aérea de Las Palmas, Lima, Perú.
Obelisco erigido en honor de Chávez en el lugar del accidente, Domodossola, Italia.
Monumento a Jorge Chávez en Domodossola, Italia.
Monumento a Jorge Chávez en Brigue, Francia.
Obelisco en memoria de Jorge Chávez en Lima, Perú.
El Blériot XI reconstruido con las piezas originales
(Base Aérea de Las Palmas, Lima, Perú)
Estampilla conmemorativa
Aeropuerto Internacional Jorge Chávez, Lima, Perú.
Jorge Antonio 'Geo' Chávez Dartnell