No prosperó la consigna de la
dueña de Fuerza Popular, Keiko Fujimori: que su bancada eche de Palacio de
Gobierno al presidente que, para mal o para bien, habita ahí por decisión
ciudadana. La todopoderosa lideresa y heredera de la prepotencia y estilos con
los que gobernó su padre en los noventa, soñaba con engullirse a Pedro Pablo Kuczynski
(PPK), cual pavo navideño. Ni los bramidos del impresentable Becerril, ni el ultimátum
altanero y risible de su versión edulcorada, el tal Salaverry, le permitieron degustar
un menú del cual no quería dejar ni los huesos; idea que fraguó desde el
momento mismo en que PPK asumió el mando. Tampoco sirvieron las desternillantes
argumentaciones de su ahijada política, Yeni Vilcatoma, cuyo verbo inflamado y las
alusiones a Condorito, generaron más de una carcajada a mandíbula batiente. La
señora Bartra, quien ha sumado un baldón más en contra de su desempeño como
presidenta de la Comisión Lava Jato del Congreso, profanó en vano las palabras
de José Faustino Sánchez Carrión, Fundador de la República, para justificar
torpemente lo que hubiese constituido un golpe de Estado del Legislativo al
Ejecutivo, causando la repulsa del Solitario de Sayán, acólito que fue de la
separación de poderes y de Montesquieu (y no hay que ser médium para
imaginarlo). Las bataholas del ‘compañero’ Mulder, que fungió de triste
comparsa del fujimorismo, se ahogaron también en la vergüenza.
Foto: Diario Uno
Pero el presidente de la
República no fue precisamente el general victorioso de la jornada de ayer, por
más que se animara a acometer esta madrugada sus robóticos pasitos de baile,
como si de ganar las elecciones por segunda vez se tratara. Ciertamente, el
rechazo a su pretendida vacancia, representa para él un respiro, una bocanada
de aire puro que debiera aprovechar para empezar a conducirse como un
estadista, algo que no le conocemos hasta la fecha. Debe creerse de una buena
vez por todas que es el jefe de un Estado; el hombre que, por añadidura y
conforme al texto constitucional, personifica a la Nación, dejando en el baúl
de los objetos en desuso la actitud timorata e insípida que ha caracterizado a
su régimen.
Lo anterior no implica, por
cierto, que el presidente trastoque su personalidad y empiece a actuar con la
soberbia, arrogancia y malcriadez que es tinta indeleble de la bancada
parlamentaria de propiedad de Keiko Fujimori. Debe flanquearse de hombres
inteligentes en el quehacer político. Está, pues, obligado a emular a Pericles,
quien solía jactarse de estar rodeado de personas más capaces que él. El
gerente de una empresa o el miembro del directorio de un banco, no tiene por
qué ser a fuerza un buen gobernante o un ministro eficiente; el país –y esto se
lo han repetido con puntillosa asiduidad- no es una influyente corporación
económica.
Los gestos son más que
relevantes. Durante su presentación en el Congreso de la República, y en su más
reciente mensaje a la Nación, un PPK aparentemente seguro de sí mismo, sin
vacilar ni balbucear, nos habló de lo importante que era defender su honor y
buen nombre, atributos indubitables del hombre digno. Que no pierda la
oportunidad de hacerlo; que preste su concurso en todas las investigaciones que
le hagan, sea a nivel congresal, sea a nivel fiscal, con las garantías de un
auténtico debido proceso y del respeto a su investidura, sin escudarse en las interpretaciones
huidizas de “connotados constitucionalistas”. Ese solo hecho lo enaltecería, permitiéndole
reedificar una credibilidad algo quebrada por la mala fama de mentiroso con que
lo adornaron dudosa y falazmente fujimoristas e izquierdistas.
El presidente de la República
tuvo el acierto de hacerse acompañar en el hemiciclo congresal, del abogado Alberto Borea Odría, quien a su condición de constitucionalista,
suma su experiencia política de larga data. Borea desbarató el sainete de la
bancada de propiedad de la señora Keiko, mal disimulado con disfraz de ‘debido
proceso’. Dio cátedra de lo que significa este concepto básico y crucial del
Derecho Constitucional y Procesal. Como hábil esgrimista, dio estocadas a los
acusadores, recordando cómo en el régimen de su líder histórico, se mataba, se compraban
congresistas, medios de comunicación; se denigraban honras, se intervino el
Poder Judicial, el Ministerio Público, y se guillotinó a los magistrados del
Tribunal Constitucional que se opusieron a la inconstitucional ‘interpretación
auténtica’ que permitió la pantomima de la tercera y fraudulenta ‘reelección’ de
Alberto Fujimori en el año 2000. Por último, desarropó, sin mencionar nombres,
a muchos de los fujimoristas de nuevo cuño, preguntándose quién es más
incapacitado moral y permanentemente para desempeñar una función pública.
Foto: Perú 21
Ganó la democracia, no
necesariamente PPK; perdió la angurria por el poder que domina el temperamento
de Keiko Fujimori, a quien sus congresistas fueron a visitar concluida la
votación, para reconfortarla por la derrota -la aplastante derrota-, y
prometerle las cabezas de los diez parlamentarios fujimoristas que –incluido Kenji
Fujimori- se abstuvieron de votar, acaso porque optaron por ser notables antes
que ‘notorios’, como invocó Borea, parafraseando a don Roberto Ramírez del
Villar, último presidente de la Cámara de Diputados. Al no estar sujetos a
mandato imperativo, primó en ellos su conciencia; no el capricho de una señora
que aún no digiere el hecho de haber perdido la segunda vuelta de 2016.
Por lo pronto, el señor Luis
Galarreta puede ir ordenando al oficial mayor del Congreso que arroje al cesto
de lo inútil el proyecto de resolución legislativa, urdido en algún recinto
naranja, con que se pretendía, a su vez, arrojar de Palacio de Gobierno al
presidente elegido por los peruanos.
Foto: Publimetro
Lima, 22 de diciembre de 2017
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