Es la noticia del año, y el
presidente de la República no tuvo ‘mejor’ momento que plantearla en vísperas
de Navidad, por ello es imposible no comentarla. De ahí que hayamos modificado el
viejo refrán que da título a estas líneas. Y es que, a ojo de buen cubero, no
existe amor entre el presidente y Kenji Fujimori, tras de quien asoma la figura
tutelar de su padre, sino un mero trueque; un intercambio de favores fraguado,
incluso, a espaldas de los consejeros más próximos a Pedro Pablo Kuczynski
(PPK).
Mucho se ha repetido por estos
días que ningún anciano merece morir en la cárcel. Estamos de acuerdo
parcialmente, pues Abimael Guzmán sí se lo merece. Incluso nuestro presidente,
siendo un hombre de la tercera edad, no se merecía la cruel guillotina de la
vacancia, pues fue elegido en justas lides y debe terminar su mandato en 2021;
no antes. Pero el que PPK sea un exitoso empresario y banquero, no lo hace, ni
por asociación de ideas, un estadista. Se ha estado disparando compulsivamente
a los pies a lo largo de año y medio de gobierno y, lamentablemente, sufre de
rinitis política, porque es incapaz de olfatear los dilemas a los que debe
adelantarse como jefe de Estado. Sobre esto ya hemos escrito extensamente en
nuestro anterior articulillo.
El criterio de la oportunidad, tan
indispensable en política básica, le es ignoto. Pudo haber esperado unos
cuantos meses antes de ejercer su prerrogativa constitucional de indultar a un
delincuente, y lo decimos así sin afán peyorativo, pues por definición este
derecho de gracia -que es a su vez un rezago monárquico- se concede por
definición única y exclusivamente a delincuentes; jamás a un inocente. En la
práctica consiste en que la cabeza del Ejecutivo enmiende la plana y deseche la
decisión tomada por otro Poder del Estado (el Judicial), lo cual ya es
discutible y ha merecido más de un debate doctrinario en foros académicos.
PPK olvida un hecho
incontrastable: que fue elegido básicamente en oposición a Keiko Fujimori y,
políticamente hablando, su decisión significa un desaire al electorado que le
endosó sus votos en segunda vuelta. Pero no es lo único que olvida nuestro
presidente; también ha devaluado aún más su feble credibilidad al renunciar a
su propia palabra; él no concedería el indulto, repitió más de una vez en
campaña, por el contrario, promovería un proyecto de ley que permitiera una
modificación a nuestra legislación a fin de que Alberto Fujimori cumpliera
arresto domiciliario. Así lo entendieron muchos de sus colaboradores más
cercanos, entre consejeros presidenciales, congresistas de su bancada, y
funcionarios varios de su régimen que, legítimamente, se han sentido
defraudados por su decisión. Entre los congresistas, sus más ardorosos
defensores en contra del pedido de vacancia propiciado por el fujimorismo
radical: Vicente Zeballos (vocero titular de la rala bancada oficialista), Gino
Costa y Alberto de Belaunde. Entre sus consejeros, Máximo San Román (que estuvo
monitoreando el debate de la vacancia desde una de las galerías del Parlamento)
y Felipe Ortiz de Zevallos. Entre los ministros de Estado, Carlos Basombrío
(Interior) y Salvador del Solar (Cultura). La renuncia del director de Derechos
Humanos del Ministerio de Justicia, Roger Rodríguez, también es significativa. ¿Con
quién piensa gobernar ahora el señor presidente?, ¿acaso con alguno de los diez
fujimoristas del ala ‘albertista’ que se abstuvieron de votar en favor de su
vacancia? Ese favor ya ha sido pagado con el indulto a su líder histórico. Nada
se deben el uno con el otro.
Pero lo que menos entiende el
presidente de la República es el agravio que ha infligido a los deudos de La
Cantuta y Barrios Altos (niños incluidos entre las bajas del premiado grupo
Colina). Su escueto y genérico mensaje a la Nación propagado cuarenta y ocho
horas después de la concesión de su gracia (acaso forzado por las marchas en
contra de su decisión, por cierto, soberana) fue una repetición de los argumentos
del ex reo de Barbadillo, mimetizándose con él: don Alberto Fujimori sólo
cometió “errores y excesos”. Si sólo fueron pecadillos, parafraseando a un gran
político cuyo hijo fue protagonista de un ‘vladivideo’, ¿para qué la concesión del
indulto? ¿Sabe PPK lo que es jurídicamente un indulto y lo que compromete? En
honor a la verdad, lo estamos dudando. Bastaba entonces con abrirle a Fujimori
las puertas de Barbadillo, sin que tuviera que despeñarse políticamente con una
decisión que ha polarizado aún más a la población haciendo inviable –desgraciadamente-
su tan mentada invocación a una ‘reconciliación’, término antes demonizado por
los fujimoristas radicales, y hoy ensalzado por ellos mismos. ¡Cuidado!,
también los terroristas hacen alarde de él.
Hace unos meses, PPK sostenía que
no quería hacer de Fujimori un segundo Leguía. Quizá sus años de internado
escolar en Inglaterra le hayan impedido ojear un libro básico de Historia del
Perú, y de allí su trastabillada. Augusto Bernardino Leguía agravó su
enfermedad en la cárcel, ciertamente, y fue llevado a Bellavista cuando todo
era inútil para salvar su vida, pero el régimen que lo confinó en el presidio
fue una dictadura, la de Sánchez Cerro, que no le permitió un justo juicio. Por
el contrario, Alberto Fujimori fue juzgado en democracia, con todas las
garantías del debido proceso, con observadores internacionales que verificaron
la pulcritud del mismo y, adicionalmente, con la transmisión en vivo, por las
diferentes estaciones de televisión, de las incidencias de su juicio oral. Documéntese,
señor presidente.
Habiendo dicho esto, como
tributarios de los derechos establecidos en la Constitución, no estamos en
contra de las marchas que discrepan de la decisión presidencial, pues
presuponen el ejercicio del derecho de reunión. Nos oponemos enérgicamente a
los desmanes y provocaciones que se han dado en ellas, pues las deslucen y
desnaturalizan, pero así de dividido está el país por la actitud del presidente
y la débil, balbuceante y pueril explicación que ha dado el ministro de
Justicia, que por decencia, debería hacer dimisión de su cargo. No me
extrañaría, sin embargo, que sea ratificado por el presidente, dado que han
cojeado, en este caso en concreto, del mismo pie: la mendacidad. No por gusto
han hecho de él, de Alberto Fujimori, y de su amado Kenji, las piñatas más
requeridas para celebrar el fin de año a modo de auto de fe inquisitorial.
Pese a lo crítico que se presenta
el panorama político de estos días, deseamos a todos los que tengan a bien leer
nuestros humildes comentarios, un mejor año 2018, del mismo modo en que, como
demócratas, van nuestros parabienes al actual presidente de la República, que
se está quedando solo, solitariamente solo, valga la redundancia, y por
exclusiva culpa suya.
Foto: Deslengua2
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