Esta es, sin duda, la campaña presidencial más enrarecida del Perú desde que el general Manuel Odría se erigió en candidato único en los comicios de 1950, tras poner en las rejas a su opositor, Ernesto Montagne, general del Ejército del Perú, al igual que él.
Por estos
días, ha nacido una nueva raza de ‘profesionales’ que, bajo la falsa toga de
‘analistas políticos’, pretende echarnos luces y, acaso, conducirnos como
ganado de los candidatos a los que sirven.
Las líneas que
proceden, no son las de un ‘analista político’. Por el contrario, vienen de un sencillo ciudadano que, habiendo
estudiado en una Facultad de Derecho y CIENCIAS POLÍTICAS (disculpen las
mayúsculas), no pretende dar más de lo que ve y analiza, como cualquier
peruano.
La política ha
derivado en un teatro, incluso llamamos ‘actores políticos’ a sus protagonistas,
y ellos debieron haber sido, en primera vuelta, los candidatos; no los
magistrados del Jurado Nacional de Elecciones. Estos se subrogaron a los
electores, los suplantaron, y decidieron quién queda y quién se va de la lid. A una aspirante, le perdonó el dar dádivas y, como si de
una ilusión óptica se tratase, no vieron a la candidata señalando ganador y
sugiriendo la entrega de un sobre con dinero. En el colmo de la miopía, o del
desparpajo, las banderolas anaranjadas con la inscripción “Keiko Presidente”, y
los candidatos a congresistas por el Callao, con una rotunda ‘K’ y su número de
lista en el pecho, tampoco existieron y, por tanto, no hubo evento
proselitista. Palabra divina. ¿Tendrán licencia de conducir estos dignos magistrados? Espero
que no. A César Acuña no se le vio entregando dádiva alguna, y lo expectoraron
de la contienda (y que conste que le hemos dado duro y sin clemencia en esta
Sotana: (http://lasotanadelinquisidor.blogspot.pe/2014/09/de-una-raza-distinta.html). Guzmán fue echado por la misma razón que debió fondear el mejunje
formado por el APRA y el PPC, a la sazón, grandes y vergonzantes perdedores de
la primera vuelta.
A pocas horas
de acudir por última vez a las urnas y definir al presidente(a) del
bicentenario, me surgen muchas dudas, y como no soy ‘analista político’, una
certeza tengo, y la expongo con franqueza: no votaré por Keiko Fujimori. No es
el ‘odio’ –como pregonan de forma infantil e inmadura los demagogos-, tampoco mi condición de ‘caviar’,
atribuida por los amantes del autoritarismo, que simulan creer en el Estado de Derecho, que es para ellos estorbo; mucho menos lo es un
‘antifujimorismo ontológico’. Es algo más simple que eso: memoria. Una memoria
que me permite empatar los procedimientos del primer fujimorismo con los del
presente, que se va desmaquillando.
En efecto, durante
esta campaña se nos presentó a una Keiko maquillada y edulcorada respecto a su
performance de 2011. Los barnices, sin embargo, se fueron cayendo cuando se
supo ganadora de la primera vuelta. No hay que restarle mérito, pues, a
diferencia de todos los candidatos en la parrilla electoral: inició su campaña
al día siguiente de su derrota ante Ollanta Humala. Practicó entonces la única
forma de hacer política que aprendió de la mano de su padre, cuando suplantó,
sin ningún sonrojo, a Susana Higuchi –su madre- como ‘Primera Dama de la
Nación’: el clientelismo. Regalitos por aquí, regalitos por allá. Así la adiestró Alberto, como cuando junto a él, repartía calendarios en las que Fujimori
aparecía disfrazado de puneño, de ayacuchano, o de huancaíno, mientras personal
del Ejército peruano entregaba cocinas Surge por doquier. Que te identifiquen
con el regalo, no importando que este provenga de dinero del Estado o, en
nuestros días, de fondos de oscura procedencia.
Con máscara, buena compañía y animus giocandi
La máscara
cayó, no pudo sujetarse por más tiempo. Ahora vemos a una Keiko agresiva,
envalentonada con las bravatas de sus congresistas electos. El Jurado Nacional
de Elecciones, para curarse en salud, le quitó un candidato a la
vicepresidencia, pero le dejó al señor José Chlimper, ministro de Agricultura
durante el ilegítimo tercer gobierno de Alberto Fujimori, cuando el espurio régimen
despedía los más penetrantes hedores de la corrupción, hasta finiquitar con una
cobarde renuncia por fax de parte del autócrata. Algo –quizá muy poco- debe haber aprendido de
aquellas épocas tan simpático caballero, al haber entregado un USB con audio
editado y completamente trucho, a Panamericana Televisión (el canal del señor Schütz) como lo denunció la valiente periodista Mayra Alván, quien, en un ejercicio de
decencia periodística prefirió renunciar antes que descender a las cuevas de un
fujimontesinismo que preñó a los medios chicha, convirtiendo en albañales sus
‘salas de redacción’. Vergüenza, por cierto, ante los rostros, hoy echados, al igual programete que conducían, cuyo nombre no merece importancia alguna, dado su talante.
La movida de
Chlimper no tenía otro propósito que el de ‘limpiar’ a su predecesor en la
secretaría general de Fuerza Popular, Joaquín Ramírez, el todopoderoso señor
que, como en una novelilla rosa, se convirtió de cobrador de combi a
propietario de lujosos inmuebles en los Estados Unidos, que no declaró ante los
entes electorales de nuestro país. Si la DEA norteamericana le seguía los
pasos, y en el Perú existían serias denuncias fiscales sobre lavado de dinero desde hace cuatro años,
un simple cálculo político de Keiko Fujimori, lo habría sacado en el acto mismo de develarse toda esta
vergüenza. Por el contrario, la señora Fujimori Higuchi no lo sacó de su
partido (del que actualmente es congresista, y parlamentario electo por cinco
años más). Más bien, utilizó la vieja fórmula de separarlo en el cargo mientras
duren las investigaciones. Peor aún, se sabe que de allí el hecho de allí nace el hecho de José Chlimper, quien por
estos días comparte cura de silencio junto a Cecilia Chacón, Aguinaga, Martha
Chávez, Luisa Cuculiza y el lenguaraz Becerril (fíjense bien en las dos últimas
sílabas de su digno apellido a quien legitima cada vez que algo sale de su
‘elegante’ fraseo).
Pasemos ahora
a un breve análisis del último debate electoral, ocurrido en la Zona de Usos Múltiples (ZUM) de la Universidad de Lima (el auditorio principal, estimado Federico Salazar, no está en un
sótano y ofrece un mural de Fernando de Szyszlo que, imagino, sabes de quién se trata). La
señora Keiko, siempre leyendo, dijo dos cosas que rescato: “He sido Primera
Dama de la Nación; tengo veinte y cinco
años en política”. Su presentación la desluce, y contra todo de lo que quería
aparentemente desarraigarse (‘mochila de su padre’), reafirmó ser parte, y no
una simple testigo protocolar del régimen de Alberto Fujimori.
Reiteramos, en
todo momento: la señora Keiko no se desprendió del guion que le había sido
proporcionado por sus asesores. Es por esa inexperiencia que un PPK supo darle
banderillazos cuando el único argumento de defensa era el ataque de su
contrincante. Mal peor. Esta vez, a diferencia de lo extremadamente caballero
que fue en Piura, el economista le dio tres pullas que encogieron los gestos de
Fujimori Higuchi. Preguntada sobre los actos –que nos recuerdan a su padre y a
su tío putativo-, optó por el silencio: “¿Cómo explica usted que no estuviera
al tanto de lo que hacía Montesinos, cuando dormía en un cuarto vecino a él en el SIN?”. Dicho esto, Keiko cae en
supinas incoherencias. Decíamos que inició su alocución, reafirmándose en ser
‘Primera Dama de la Nación’, y los años que, por boca suya, ejerció la
política. Hagamos un simple recordatorio del domingo pasado. Por qué cuando PPK
le enrrostraba los dislates de su padre, ofrecía como respuesta
congelada el: "¡Soy yo la candidata. Métase conmigo!" ¿En qué quedamos? Ya había
afirmado su condición de Primera Dama, y cuestiones aparte, Vladimiro
Montesinos, cuando no imaginaba que Alberto Fujimori, el ciudadano japonés que nos gobernó, iba a cometer la torpeza de irse a Chile, y propiciar su
extradición al Perú, explicó cómo viajó a los Estados Unidos, contando al
detalle ante la justicia nacional, la forma en que él le entregaba nuestro
dinero para concebir una profesión que jamás ejerció la candidata.
.
Siempre
siguiendo el libreto que sus asesores le habían preparado, Keiko, desconectada
por completo de su libreto, fue incapaz de contestar una segunda arremetida de PPK: “Usted no tiene
experiencia laboral. Nunca ha trabado. Sus votantes hubiesen preferido que ejerza el cargo
por el que la eligieron como congresista. Contrariamente, usted se fue a
estudiar una maestría a Estados Unidos, y si bien es cierto que en dicho tiempo
concibió a dos de sus hijas, no me dirá que para ello quinientos días son suficientes y
necesarios”. Silencio de la candidata naranjada, al igual que cuando fue
interrogada por la cocaína almacenada en un local del que su hermano Kenji es
socio (¿cómo lo hizo? Ni Ramírez, en tan poco tiempo).
Poderoso caballero.
PPK, sin
groserías de por medio, prosiguió fustigando a su contrincante: “¿Por qué pactó
con un grupo de mineros ilegales lo que significaría el regreso de las dragas?
¿Por qué nos habla de un ‘Sendero Verde’?, ¿le consta que están realmente
arrepentidos?” Una vez más primó el silencio, demoliendo por completo las
argumentaciones del señor Hernando de Soto, su capitoste en materia económica,
a quien conocemos por defender y asesorar dictaduras (la del propio Fujimori,
plagiando el texto de un distinguido profesor para simularlo como discurso de
Alberto ante la OEA, hasta servir al inefable Muamar el Gadafi, de quien ya
conocemos su triste final).
A falta de
libreto, una balbusceeante Keiko Fujimori, siguió con el estribillo de la
eliminación de la CTS. El remate fue contundente: “¿No fue acaso su candidato
Chlimper, quien siendo ministro de Agricultura de su padre eliminó este
beneficio a sus propios trabajadores?" PPK estaba en lo suyo: el tema propiamente económico. No cabían los
papelitos escritos por De Soto; y, por cierto, tampoco lo gestos efectistas.
Ver a una madre –Susana Higuchi- conducida a su silla por el mismo hijo que
la tildó de mentirosa y de ansias de poder ante la justicia chilena, fue poco
menos que una vileza: el aprovechamiento mediático de quien antes denostó.
Decíamos que,
durante la primera vuelta, vimos a una Keiko edulcorada y enmascarada. Hoy, se
muestra como Alberto la educó, políticamente hablando. Y el entorno que la
cobija, no es más que la sucesión de pesadillas vivientes que nos regresan a
los peores momentos del fujimorato.
José Chlimper, candidato a la vicepresidencia de Keiko, cuando juramentó como último ministro de Agricultura de Alberto Fujimori Foto: Útero.pe
Quedan pocas
horas, es verdad, pero es hoy cuando debemos repetir, cual PPK: “Tú no has
cambiado nada, pelona”.