El viejo adagio reza que la mujer del César no sólo debe ser honesta, también debe parecerlo. Esto que es tan elemental en las cuestiones de la cosa pública (y que se aplica a mujeres y hombres por igual), ha sufrido una variante muy singular en nuestro medio, y en especial en la política: ‘No importa que robe con tal que haga obra’. Esa es nuestra máxima; encomiamos al ladrón que hace algo –generalmente a un costo muy alto, lo que representa su ‘comisión’- y despreciamos al honrado que administra bien pero que en apariencia no hace nada. La diferencia entre uno y otro, son toneladas de cemento armado, estructuras más vistosas que funcionales y, desde luego, placas, enormes placas con el nombre del ‘hacedor’ en alto relieve y en letras casi tan grandes como la obra misma. Dado que hemos aceptado como ‘normal’ el hecho de que todos roban, preferimos a un San Dimas (el buen ladrón de la escena bíblica) al frente de la Municipalidad, por decir algo.
Esta revocatoria nos anuncia que hay por ahí un San Dimas que prefiere de momento no dar la cara; quizás sean dos y no uno. Dimas quedó algo escaldado desde que le fue pésimo en su reciente aventura presidencial; no alcanzó el sillón de Pizarro y se contenta con volver al de Ribera el Viejo, pero eso de esperar hasta el 2014 es muy aburrido para él. Saltar la cerca es más fácil que tocar la puerta en horario de atención, pero consciente de que esas son labores más propias que de un Barrabás que de un Dimas, se vale de uno medio payaso, medio tonto, y temerariamente bocón, pero que conoce bien las dudosas artes de su oficio. Después de todo, para cortar cabezas no se precisa de inteligencia promedio. Barrabás ha hecho su trabajo con prolijidad, con la astucia de quien sabe meterse en el barro y salir de él sonriente y con una frase estúpidamente antológica.
¿Pero a qué se debe el éxito de Dimas y Barrabás? ¿El hecho de preferir a un ladrón que robe pero que escupa cemento y placas ha hecho metástasis en los limeños? En parte sí, pero no explicaría por completo el fenómeno, y he allí el mérito de Barrabás y sus alfiles: usar la más barata y demoledora estrategia publicitaria: radio bemba. La repetición machacona de que la alcaldesa no hizo obra. Antes de que uno se reponga y atine a contestar viene la ráfaga final, aprendida también por repetición y dicha con cara de suficiencia: “Dime una obra de la alcaldesa, dime una sola”. En una ciudad en que hemos estado acostumbrados a los cartelazos, a las placas y hasta a las recetas médicas con el nombre del exalcalde, es lógico que muchos se queden en Babia. No le hemos visto a la señora Villarán esos vistosos y egolátricos adornitos, tan informativos y convenientes a veces, y el limeño, tan acostumbrado a ellos, lo toma como ausencia de obras, y esto último lo confunde con ineficiencia e incapacidad. Dimas entonces sonríe tras las sombras y Barrabás se frota las manos porque sabe que su trabajo no es un acto de amor vecinal y que tiene pago en contante y sonante. Embaucar honrados y recibir las pifias de otros, no es poca cosa y toda prestación profesional justifica honorarios, como él mismo explica en uno de los sabrosos audios que le conocemos. Resucitar muertos y hacer firmar a mancos en los planillones, tampoco es moco de pavo. Y así como en la Biblia se multiplicaron panes y pescado, Dimas, santo después de todo, multiplicó fideos y galletas.
Afortunado, desde luego, se le fue uniendo una interminable legión de contusos que le hicieron criollamente la camita; esos agoreros que vistiendo túnica de periodistas se jugaron las vísceras en 2010. No asimilaron la derrota municipal y encima Ollanta ganó al año siguiente las presidenciales. Había que vengarse, pues, de aquellos demonios de rabo y trinche contra los que habían editorializado y creado portadas apocalípticas. La democracia no es alternancia para ellos. Todo lo que sea zurdo salió defectuoso de fábrica y merece ser quemado ante cámaras y denostado en diarios antes de que le crezca cachos y rabo convenientemente rojos. Tremebundos y catastrofistas, estos ‘periodistas’ caen en la intolerancia y en la defensa de un modelo único, cualidades que atribuyen a los demonios de la izquierda. Mienten si es por una buena causa, suponiendo que su causa sea la única buena, e insultan sin importarles que el demonio en cuestión vista falda, que al cabo el demonio se transforma en todo lo que le venga en mente con tal de cumplir sus fines.
Visto así, la democracia es una goma de mascar que puede estirarse o comprimirse dependiendo del ánimo de los ciudadanos y del quinto poder: el de las encuestadoras. Ese es el drama del peruano: a fuerza de padecer dictaduras y de tener partidos débiles que siguen la suerte del caudillo, no ha aprendido a vivir bajo reglas democráticas. La más elemental de ellas, respetar la duración de los mandatos que nacieron de la voluntad popular. Cuatro no es dos, es cuatro, y es lo que debiera durar la señora Villarán en la alcaldía, a despecho de lo que vociferen Dimas y Barrabases, como es burdo comparar ocho años de gestión con dos.
Este domingo 17 de marzo, los limeños tendrán la oportunidad de optar por reafirmar con el NO una gestión que, no habiendo estado libre de errores, es decente y sí ha hecho obra, o canonizar con el SÍ nuestra criolla versión de Dimas y asegurarle un buen honorario a su diligente Barrabás.
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