miércoles, 13 de marzo de 2013

HABEMUS PAPAM


Tras la histórica renuncia de Benedicto XVI al papado –la primera en seis siglos-, el humo blanco se dejó ver desde la pequeña chimenea de la Capilla Sixtina. El nuevo Papa viene a ritmo de tangos y milongas. Jorge Mario Bergoglio, arzobispo de Buenos Aires, nacido el 17 de diciembre de 1936, adoptó el nombre de Francisco en homenaje al santo y benefactor  de los animales (un jesuíta rindiendo tributo al fundador de otra orden religiosa).

       Con palabras emotivas ante la muchedumbre que colmó la Plaza de San Pedro, rezó  por su predecesor Ratzinger, Papa Emérito que habita en Castel Gandolfo en tanto se acondicionen sus aposentos definitivos en un monasterio de clausura. En tono más suplicante, el primer Papa latinoamericano en dos mil años de papado, pidió a la multitud que orara por él, y es que el reto de asumir la máxima jerarquía de la Iglesia Católica en estos tiempos en que ha conocido de acusaciones muy graves que van desde el lavado de dinero por el Banco del Vaticano, hasta los monstruosos casos de pederastia, es un maretazo difícil de lidiar, y acaso en ello estribe la incapacidad manifestada por Benedicto XVI de seguir al mando de la Iglesia, y la razón también de su silencio voluntario.



       Temas como el celibato, olvidando que Pedro mismo, a quien se tiene por primer Papa, fue hombre casado; el papel secundario de la mujer dentro de la Iglesia, reducida a mera comparsa en una institución cuya jerarquía pareciera negar la igualdad entre los seres humanos de la que tanto habló Jesús, son un par de gotas entre gruesos goterones a los que tendrá que hacer frente el pontificado de Francisco.


       Sobre el papel secundario que le es reservado a la mujer dentro de la Iglesia Católica en pleno siglo XXI y de su imposibilidad de acceder al sacerdocio y decir misa, tuve un intercambio epistolar con un sacerdote miembro del Opus Dei, quien básicamente reducía el tema a una ‘tradición católica’ que debemos seguir a pie juntillas y a la que, desde luego, debían resignarse las damas que tuvieran vocación de servir a Dios. El sacerdote olvidaba, sin embargo, que la tradición no es otra cosa que la repetición de conductas a las que el tiempo les da cierta autoridad, y que no toda tradición es buena o conveniente a un propósito. De lo contrario, las misas seguirían siendo en latín y con el oficiante dándole la espalda a los fieles, ‘tradición católica’ que fue eliminada por el Concilio Vaticano II, en la primera mitad de la década del sesenta del pasado siglo, después de centurias de haber sido así.

       La Iglesia precisa de un nuevo aggiornamiento , que la acerque más sus fieles, y que impida el éxodo que viene padeciendo en forma creciente en beneficio de otras confesiones, incluyendo aquellas sectas que se aprovechan de la candidez e ingenuidad de sus congregados, a quienes estafan económicamente sin el menor sonrojo y sin acto de contrición alguno.




Recemos, pues, por Francisco, tal como él nos ha pedido que lo hagamos. La enormidad de su tarea, lo justifica.

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