lunes, 5 de septiembre de 2011

FREDDIE MERCURY: EL GRAN FINGIDOR


Hace aproximadamente diez años, veía con un grupo de amigas y amigos un video del concierto que la emblemática banda británica Queen ofreció en Río de Janeiro, cuando de pronto, una de ellas suspiró por el fallecido Freddie Mercury: “¡Qué lástima que fuera gay, se le ve tan varonil con esos bigotazos, que sería el sueño de cualquier mujer!”. Pasaron unos segundos y, con lagrimitas en los ojos, agregó el baldón: “¡Qué desperdicio de hombre!”. Nos miramos todos entre asombrados y sonrientes como preguntándonos qué le pasa a ella, y seguimos viendo, escuchando y, por momentos, coreando las canciones que desgranaban de las extraordinarias cuerdas vocales de Mercury.

      Y es que Farrokh Bulsara, nacido en Zanzíbar, Tanzania, en la entonces India Británica, el 5 de septiembre de 1946, había lucido a lo largo de su carrera, que comprendió la publicidad y las artes plásticas, una versátil metamorfosis en su apariencia desde los lejanos años setenta, cuando nace Queen, hasta sus últimas y esporádicas apariciones en 1991, año en que murió. Era un extravagante camaleón y eso fascinaba a sus seguidores. Desde el momento en que pisaba un escenario Mercury se transformaba en ese músico desenfadado, capaz de salir en calzoncillos mientras Brian May le sacaba los mejores arpegios a su guitarra; John Deacon pulsaba las cuatro cuerdas de su bajo, y Roger Taylor, a punta de sincronizados látigos contra los tambores de su batería, lograba la percusión perfecta. Freddie, horas antes, había dejado en una gaveta escondida de su camerino al chico profundamente introvertido que siempre fue; ése que tras bambalinas huía de las cámaras: el joven Busara que difícilmente concedía entrevistas por su intrínseca timidez.




      Queen, el grupo del que Mercury fue indiscutido líder, navegó de su mano por océanos de aguas musicalmente variables desde su fundación en 1971. El primer álbum de la banda posee una innegable influencia del heavey metal. Muchos años después, en 1988, Mercury, amante desde muy niño de la ópera y de la música clásica en general, le propuso a la extraordinaria soprano catalana Monserrat Caballé que lo acompañase. La española, consciente de las grandes dotes vocales de Freddie, cuyo timbre vocal oscilaba entre el barítono y el tenor ligero, no dudó en aceptar; el resultado fue Barcelona, doble tributo a la cantante nacida en esa cuidad.

       ¿Quién no ha bailado y coreado ese tributo al rock and roll de los cincuenta bajo el pegajoso título de Crazy little thing called love? ¿Quién no ha gritado en los estadios y coliseos del mundo el Whe are the champions como coronación musical de una victoria deportiva? ¿Quién no se conmueve ante ese genial híbrido llamado Bohemian Rhapsody?

      Paradojas de la vida, quizá el más sincero testamento musical de Freddie Mercury, vale decir, la canción cuya letra sintió como propia más que cualquier otra, pese a no haberla escrito; la que lo describía como el ser humano que fue ante cámaras, frente a las variopintas luces de los escenarios, y fuera de ellas y de toda su parafernalia hasta devolverlo a su esencia de Farrokh Bulsara, fue The great pretender (El gran fingidor), un viejo éxito de The Platters de 1955, que no dudó en versionar en 1990.

      Ciertamente, él fue el gran fingidor, el genial simulador de una vida que hoy trasciende a despecho de la muerte, el músico talentoso a quien hoy recordamos en el aniversario sesenta y cinco de su nacimiento.

     A mi buena amiga, diez años después, no le interesa más la virilidad de sus bigotes o el amaneramiento de sus pasos. Hoy no encuentra más desperdicios que los que deja en la esquina de su casa a la espera del camión de la baja polícía. Ha expiado sus culpas, me dice. Su pequeño Rodrigo, vistiendo saquito cortado para la ocasión, ha hecho de Mercury en la clausura del nido en diciembre del año pasado. La canción, desde luego, fue la que da título a estas líneas.  




Lima, 05 de septiembre de 2011

jueves, 4 de agosto de 2011

LA BALADA DE LA GEISHA BULLANGUERA


El pasado martes 2 de agosto, la congresista fujimontesinista Martha Chávez fue suspendida de su actividad parlamentaria por ciento veinte días, sin goce de haber, por el bochornoso escándalo que protagonizó en la ceremonia oficial de asunción del mando del presidente Constitucional de la República, Ollanta Humala Tasso. Estoy de acuerdo con el fondo de la suspensión de la vocinglera parlamentaria que pretendió deslucir el acto de toma del poder de un presidente elegido democráticamente, llegando al inadmisible desplante de darle la espalda al jefe de Estado ante la atónita mirada de los mandatarios y altos dignatarios extranjeros que se dieron cita en el Palacio Legislativo. En lo que no puedo estar de acuerdo es en la forma, vale decir, que las deliberaciones se llevaran a cabo en sesión reservada pues, la naturaleza de la también llamada sesión secreta, procede sólo en casos de seguridad nacional o cuando está de por medio la intimidad de una persona.


      Al margen de mi discrepancia con la forma, reitero mi beneplácito por la suspensión de la señora que, añorando los años de la nefasta dictadura de su líder de banda, Alberto Fujimori, no dudó con su vergonzoso bochinche del 28 de julio, replicar las prácticas parlamentarias del fujimontesinismo durante los noventa: armar escandaletes en las sesiones del pleno, elevando junto con Luz Salgado y Carmen Losada sus nada corales y desafinadas voces, llegando al insulto destemplado y gratuito, como forma de acallar a la oposición. Chávez creyó que el hecho de formar parte de la hoy nutrida bancada fujimontesinista, les da patente de corso suficiente como para suponer que el Perú, podrá seguir tratado cual si fuese la ‘chacra’ de Alberto Fujimori y Vladimiro Montesinos, de quienes fueron tan diligentes y genuflexas defensoras las entonces ‘chicas superpoderosas’.





      Mientras más observo la deshonrosa batahola que nos obsequió la señora Chávez el 28 de julio -secundada luego por Salgado- más me convenzo de que, víctima del síndrome del mal perdedor, algo habríamos de esperar de ella, durante el discurso inaugural del presidente Humala. El pretexto lo encontró en que éste jurara invocando los principios y valores de la Constitución Política de 1979.

      Veamos: el presidente del Congreso, Daniel Abugattás, le toma el juramento a Humala invocando artículos de la Constitución de 1993, acto seguido, el presidente electo jura “defender el orden constitucional”, para luego decir que se inspiraría “en los principios y valores de la Constitución Política de 1979”. ¿Qué significa “defender el orden constitucional”? Algo tan sencillo como decir que respetará y hará respetar la Constitución vigente que es, justamente, el basamento del orden constitucional. ¿Qué quiere decir en buen castizo que se “inspirará en los principios y valores de la Constitución de 1979”? Que actuará en consonancia con el espíritu humanista de esa Carta que está recogido en su bello Preámbulo. Nada más.

      Otros, como Martha Chávez, han juramentado como congresistas invocando a un criminal sentenciado por la justicia peruana por crímenes de lesa humanidad y condenado a 25 años de cárcel, y nadie le ha increpado a voz en cuello semejante alusión pese a lo deleznable que significa honrar a un delincuente. Y recordemos que ese mismo delincuente, es decir, Alberto Kenya Fujimori, juró la presidencia de la República en 1990 ante la Constitución de 1979, indicando que la respetaría y haría respetar. Un año, ocho meses y ocho días después, devaluaba su palabra dándole un puntapié a la Carta Magna en el contexto de su autogolpe de Estado, convirtiéndose en adelante en perjuro y en implacable dictador, razón por la que no deja de ser delirante –guardando fidelidad con su estilo- que la suspendida parlamentaria Chávez se refiera al presidente Humala como un “dictador que quiere implantar el odio de clases y el estatismo para quitarle los ahorros y propiedades a la gente”. Se trata de la misma señora que dijo que los nueve estudiantes y el profesor de La Cantuta que la dictadura de Fujimori secuestró, fusiló, y quemó, se habían “autosecuestrado”. Desopilante como ella sola, la doña. Fiel a su estilo, reitero.



Lima, 4 de agosto de 2011

jueves, 28 de julio de 2011

UN ADIÓS COLOSAL PARA DON ÁLAN GARCÍA


En el Derecho, el cumplimiento parcial de una obligación (obra incompleta) suele reputarse como un incumplimiento de lo hecho a medias. En política, sin embargo, el construir e inaugurar a medias suele ser una constante cuando las horas corren y el gobernante de turno (sea edil o presidencial) quiere ver en alto relieve su nombre en una placa lo suficientemente grande como para satisfacer su ego colosal, aunque la utilería con que se maquilla lo parcialmente construido, sea tan falsa como el que esas obras estén a disposición de sus potenciales usuarios a partir de la pseudo inauguración oficial.

       El saliente presidente Álan García tardó veintiséis años en poner la segunda piedra de lo que es apenas el primer tramo de su obra emblemática: el Tren Eléctrico de Lima, hoy denominado Metro de Lima; la primera la puso en el año 1986 para favorecer la candidatura a la alcaldía capitalina de Jorge del Castillo, y ahí nos quedamos desde 1990 con sus desnudos pilares como monumento a la demagogia y a la improvisación de su primer y nefasto gobierno. Y es que tendremos que esperar hasta octubre del presente año para que entre en operatividad lo que actualmente no pasa de ser un tren fantasma. La tercera inauguración (la verdaderamente efectiva, muy a su pesar) estará a cargo de Ollanta Humala, su sucesor desde mañana. Lo reprobable es el hecho de que García con el sólo apetito (también colosal) de inaugurar el tren inconcluso, haya presionado a la empresa brasileña Oderbrecht para que apurase su dudosa conclusión, lo que acarreó, según cifras de la Contraloría General de la República, un incremento en lo presupuestado originalmente para la obra: de cuatrocientos millones de dólares a cien millones de dólares más, es decir, un aumento de 26,5 %.

       En lo que al Tren Eléctrico atañe, quiera o no, García deja, como en su primer gobierno, una obra inconclusa, a medias, pues no cubre ni tan siquiera el 50% del tramo que seguirá hasta su culminación por otro gobernante.

       Por otro lado, en los últimos meses, especialmente luego de los resultados de la segunda vuelta que no dieron por ganador a sus candidatos favoritos, García dejó conscientemente de ser el Jefe de Estado para convertirse en un mero maestro de ceremonias y compulsivo inaugurador de obras, algunas de cascarón, otras bien maquilladas y, no seamos mezquinos, una que otra bien hecha, como las excavaciones arqueológicas que mandó a ejecutar debajo del Salón Dorado de Palacio de Gobierno.

       Mientras persisten las zozobras sociales en el interior del país, nuestro voluminoso y bonachón don Álan, se puso a “inaugurar el Nuevo Estadio Nacional de Lima” (cita textual). ¿Me pregunto qué le habría dicho el general Manuel A. Odría ante esa frase de apropiación? El Coloso de José Díaz sigue siendo el mismo inaugurado en 1952 por el ‘General de la Alegría’, con una fachada modernista y la adición de unos palcos que, de alguna manera, establecen brechas impensables en un Estadio Nacional que, en principio, pertenece a todos los peruanos, en el que no deberían existir distingos. Distinto sería el caso, si el estadio fuera de de propiedad privada, como lo es el Monumental de la ‘U’, o el Azteca de México (propiedad del imperio Televisa). Es, desde luego un traspié de García, el inaugurador compulsivo que ha dicho trabajar por los más pobres en su reciente mensaje a la Nación. No me imagino, haciendo un símil con la Plaza de Acho, construida por Hipólito de Landaburu bajo órdenes del virrey Manuel Amat y Juniet en 1766, que fuese 'inaugurada' como Nueva Plaza de Toros de Acho en 1945 por el presidente Bustamante, por el hecho de haber aumentado su capacidad a trece mil espectadores.

       Y para concluir con las obras incompletas, ahí está el Gran Teatro Nacional, inaugurado con gran pompa, cuando aún no está del todo terminado. Pareciera que en esto quiso emular al ya nombrado dictador Odría, quien inició la construcción del Hospital Rebagliati en 1951, y antes de dejar el mando a Manuel Prado en 1956, inauguró el imponente edificio que todos conocemos, aunque éste se abriera al público recién en 1958.

       Lo que sí extrañaré de don Álan, lo confieso, son sus bien elaborados discursos, sus extraordinarias dotes oratorias que fueran alguna vez elogiadas con entusiasmo por el presidente del Gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, pero más que nada extrañaré verlo meter el diente en algún plato bien encebollado en cuanta feria culinaria se le presente al paso, ¡y es que da tanto gusto y envidia verlo comer!



                                                                                                                       
                                                                                                                           Lima, 27 de julio de 2011



viernes, 3 de junio de 2011

POR QUÉ NO VOTARÉ POR KEIKO FUJIMORI


A escasos dos días para los comicios en los que definiremos en segunda vuelta a la persona que habrá de regir los destinos del Perú para los próximos cinco años, no puedo menos que expresar el sinsabor que esta campaña electoral me ha producido, signada principalmente por los ataques endilgados en contra de un candidato por parte de algunos medios de prensa que claudicaron de sus principios de objetividad y verdad en el tratamiento de las informaciones, echando mano de los mismos métodos de sentina que caracterizaron a los pasquines supurados por la nefasta dictadura de Alberto Fujimori y Vladimiro Montesinos para denigrar a sus opositores.

      Como peruano que luchó en las calles por el restablecimiento de la democracia en la aglutinante Marcha de los Cuatro Suyos, no deseo para mi país el retorno de la indecencia y de la corrupción como estilos de gobierno. Me niego a la idea de que mis compatriotas respalden a una candidata que, durante el primer debate presidencial en encomiable afán de desnudar la entraña de su movimiento y el porqué de su postulación, no dudó en decir frente a cámaras, frases reveladoras como “nosotros lo hicimos en los noventa”, o “ya demostramos que sabemos cómo hacerlo”. Allí, Keiko expresaba en primera persona que no fue un mero elemento decorativo de la dictadura de su padre; por el contrario, lo reivindicaba como propio, pese a que en el debate del pasado 29 de mayo, le espetó a Ollanta Humala que la candidata era ella y no su progenitor. Contradicción absoluta entre su perorata primigenia (toda una oda a su padre) y la lanzada en el salón San Martín del Hotel Marriot.

      Keiko dice ser quien toma las riendas de su campaña y de un eventual gobierno suyo, y de ser así, ¿qué hacen junto a ella, cual cadáveres escapados de las catacumbas pestilentes de la dictadura de su padre, esas pesadillas vivientes que formaron parte del entorno del inquilino de la DIROES? Muchos de ellos ex procesados que están hoy al servicio de la candidata que, con seguridad, les permitirá la concreción de algún pingüe negocio.

       Me dolería profundamente que mi país se convierta, una vez más, en la hacienda particular de la dinastía Fujimori; ésa que el ex dictador trata de perpetuar en sus hijos Keiko y Kenyi (este último sin mayor mérito para ocupar curul congresal que el de ser hijo de su padre, dudoso mérito, por cierto). El Perú, en la práctica estaría gobernado por Alberto Fujimori, perpetrador del gobierno más corrupto de nuestra historia.

      Sorprende sobremanera que Keiko Fujimori haga alusión constante a su condición de madre, no habiendo sido una hija ni mucho menos ejemplar con doña Susana Higushi, a quien su padre vejó y torturó. Por el contrario, no mostró la más mínima desazón ante este trato bárbaro y vil y, sin escrúpulo ni escozor alguno, aceptó sustituirla en el cargo de Primera Dama.

       Nos ha dicho que se enfrentó a Montesinos en las postrimerías de la dictadura fujimontesinista, pero no existe prueba de ello. Lo que sí existe es el testimonio de Vladimiro Montesinos de haber sido el encargado de entregarle mensualmente y en efectivo el dinero para solventar los onerosos gastos de sus estudios en la Universidad de Boston, algo sobre lo cual la candidata Fujimori le debe aún una explicación convincente al pueblo peruano, que difiera de aquella inverosímil que se atrevió a ensayar hace algún tiempo, convencida quizá de que puede subestimarnos intelectualmente como lo intentaron su padre y su ‘tío Vlady’ en los noventa. Resulta por demás sintomático que en todo momento la señora Fujimori haya evitado referirse a Vladimiro Montesinos en términos duros, máxime si ella aduce haberlo “enfrentado”. Esa mudez no hace sino poner en evidencia que la dupla Fujimori – Montesinos (o si se quiere, DIROES – BASE NAVAL) sigue operando. Montesinos sabe mucho y a Keiko no le conviene ser ingrata con el socio de su padre, de allí que expresara ante la prensa que no le constaba que Vladimiro hubiese cometido delitos, algo repetido luego por su vocero Rafael Rey. ¿Alguna duda?



       Nuestro país no merece que esté en manos de estas gentes que hicieron de las libertades públicas, de la moral, de la ética y de la democracia, conceptos prescindibles y arcaicos. Esos falsos liberales que hoy apoyan de manera furibunda a Keiko Fujimori, reducen con miopía ontológica y supina estupidez la teoría liberal al sólo aspecto económico. No les interesa la decencia como atributo inexcusable del buen gobernante y, por ello, privilegian cualquier opción que les satisfaga el vientre y engrose la billetera. Mención aparte merecen aquellos ‘ex candidatos demócratas’ (PPK y Castañeda) que le han prestado su adhesión. Para los falsos liberales, cuyos ropajes maquillan un conservadurismo desfasado, como para aquellos políticos oportunistas que trepan el fétido dinosaurio de los noventa, la democracia es un concepto elástico que se estira en conveniencia de sus intereses. Dicho en buen castizo, para una inmensa mayoría de ellos, la democracia es sólo un medio para cumplir sus fines particulares, y les interesa un carajo.

Lima, 3 de junio de 2011