martes, 19 de octubre de 2010

EL NOBEL DE VARGUITAS

El escritor siente íntimamente que escribir es lo mejor que le ha pasado y puede pasarle, pues escribir significa para él la mejor manera posible de vivir…
Mario Vargas Llosa


      Ha transcurrido una semana desde que Peter Englund, secretario permanente de la Academia Sueca, lo hiciera público en sueco, inglés y castellano: "El premio Nobel de Literatura 2010, ha sido otorgado al escritor peruano Mario Vargas Llosa, por su cartografía de las estructuras del poder y sus acertadas imágenes de la resistencia, rebelión y derrota del individuo”. Una semana, tiempo suficiente para garabatear estas líneas, y clamorosamente insuficiente para atenuar mi regocijo de lector. El confeccionista de ficciones extraordinarias y envolventes rompía la suerte de Borges que lo atenazaba: el argentino murió sin recibir el galardón. Se había desecho el sambenito de ‘eterno candidato’ ante la monumentalidad de una obra que, como enredadera, lo abarca todo: novela, cuento, crónica, ensayo, teatro, periodismo, e incluso, poesía.



      Vargas Llosa es el reo feliz de su oficio; el hombre que vive la realidad para servirse de ella en la composición de un universo ficticio, y a la vez creíble, por el que deambulan personas hechas de palabras. El Poeta, El Esclavo y el Jaguar, sumidos en el rigor castrense de ese microcosmos del Perú que fue el Colegio Militar Leoncio Prado, en La ciudad y los perros; Pichula Cuellar más “cantado que contado” en la voz colectiva de su barrio miraflorino, en Los cachorros; Zavalita sorbiendo una copa de pisco en La Catedral después de haber mirado sin amor una avenida Tacna que conserva la desordenada fisonomía de los cincuenta de Conversaciones en La Catedral; Pedro Camacho machacando truculentos guiones de radioteatro en las teclas de una vieja Remington mientras la calle Belén vive fuera de los vidrios de su cubículo, en La tía Julia y el escribidor; el propio Mario, estudiante de Derecho y ‘pomposo’ director de informaciones de Radio Panamericana, estampándole un beso furtivo a Julia en el Negro Negro de la Plaza San Martín, con la complicidad de un bolero cadencioso. Y siguen discurriendo personajes, anécdotas, situaciones y escenarios que sentimos cercanos y reconocibles: la verdad de las mentiras, al fin y al cabo.

      Es también el catoblepas al que alude en su magnífico tratado de la estructura novelesca titulado Cartas a un novelista. Se engulle a sí mismo con la voracidad de aquel monstruo imaginario. Urga en su memoria para encontrar en sus vivencias la materia prima que irá cubriendo con los sucesivos ropajes de la ficción literaria. Para ese propósito se inflige un rudo horario de oficina que empieza al amanecer. Esa disciplina y la lectura de su primera novela, le mereció el apelativo de ‘el cadete’ entre sus compañeros del ‘boom’ latinoamericano de los sesenta. Estaba muy lejos de entregarse a la bohemia que espantó a ese ser extraño y providencial en el afianzamiento de su vocación literaria: su padre, Ernesto Vargas Maldonado, que al descubrir sus versos adolescentes llegó a considerarlo un maricón en potencia. Contradiciendo el orden genético, sabemos hoy que ese señor existió en el mundo gracias a que su hijo lo parió en algunas de sus novelas.


      Mi primer recuerdo de Mario Vargas Llosa es algo brumoso: el perfil afilado, su eterno mechón cayéndole en la frente, tecleando una máquina en la presentación de su programa La torre de Babel, en canal 5. Tiempo después descubrí en la biblioteca paterna un ejemplar de La Casa Verde cuya lectura aborté: demasiado compleja para un niño de ocho años. A los trece cayo en mis manos La ciudad y los perros y quedé deslumbrado, y para cuando leí Los Cachorros, era ya un vargallosiano confeso. Había probado un delicioso bocado del que nunca me sentiría suficientemente saciado: la literatura, y como el adicto que no puede desprenderse de su vicio, requería de más dosis, y entonces me reconcilié con La Casa Verde, la mítica cabaña piurana que fue algo más que un burdel.

      A lo largo de esta semana he leído todo tipo de comentarios. Los firmados con nombre propio suelen ser encomiables; los suscritos bajo seudónimos, o alias, son mezquinos a la par de necios: buscan encontrarle un cariz político a lo que en rigor es un reconocimiento literario. Su incursión en la política activa significó un baño de decencia al que nos habíamos desacostumbrado: el ejercicio de la honestidad y el destierro de la mentira como atributo irrecusable del político exitoso. Se eligió, sin embargo, al candidato que personificó el embauque para concluir, de su mano, en una dictadura abusiva y ladrona. Mi minoría de edad me impidió votar por él en 1990; lo habría hecho con gusto. El Perú perdió a un presidente de lujo y el mundo de las letras recuperó al magnífico literato que siempre fue.



      Vargas Llosa es un genuino acólito de la doctrina liberal. No la reduce al mero ámbito económico como quisieran los insensatos de bolsillos abultados y moral flexible. La defensa de la democracia y de las libertades públicas es parte integrante de esa cosmovisión. De ahí el desprecio del arequipeño por todo tipo de dictadura, sea de derecha o de izquierda, porque ellas, indefectiblemente, supuran efectos perniciosos para las sociedades que las padecen. Ello explica también su defensa irreductible de los derechos humanos a despecho de los falsos liberales que encubren su entraña intolerante y conservadora.
     

      Hoy que el Nobel ha hecho renacer un merecido interés por su obra, esperemos que la euforia no devenga al cabo de un tiempo en letargo. El mayor tributo que podemos ofrecerle a este hombre es leerlo. Leerlo profusamente; a él en especial, y en general a todo buen escritor. En este caso, el hábito sí hace al monje.



Lima, 18 de octubre de 2010

5 comentarios:

ALEX CASTILLO dijo...

Merecido homenaje Sr Poblete. El mejor tributo a este peruano universal es leerlo. Un cordial saludo desde España.

Cava dijo...

todo esta en su lugar ahora Llosa tiene su nobel y Fujimori esta en la carcel por asesino y por ladron

Leonardo dijo...

Estoy leyendo los cachorros. Favor d no interrumpir jajajaja

Vanessa dijo...

Vargas Llosa es un orgullo para todos los peruanos su premio es meresido.

Recuerdos desde Italia

Antonio Polo y La Borda dijo...

Excelente artículo Fernando.