Don José miraba hacia la Plaza Mayor de Lima imaginando que por esos mismos vidrios habían repetido el trámite los más poderosos representantes de la corona española..
Observaba el rutinario andar de vivanderas y pregoneros que cumplían horarios que no había conocido en su niñez y adolescencia en ultramar, enarbolando los blasones borbónicos contra las huestes napoleónicas. Sintió incluso una satisfacción insana al sentarse en el mismo sillón que pocos días, antes de su ingreso a Lima, había dejado vacante La Serna, quien se asentaba en la ciudad imperial, la de los incas: Cusco.
Estrategia, se repetía a sí mismo, y ante los que como Álvarez de Arenales o el ‘Lord Metálico’, le impelían a tomar la ciudad más poderosa y mimada del imperio español por las armas. “Basta, señores, La Serna nos ha dejado la capital de la América.”
Recordaba, ensimismado, en el viejo trono virreinal, la forma en que la opulenta capital del imperio español en América lo vitoreó el día 12 de julio, acompañado tan solo de un edecán.
Con la complicidad de la noche, pretendía no ser visto, pero al tiempo se dio cuenta de algo propio de las gentes de tan singular ciudad: la chismografía y el boato con que la Ciudad de los Reyes habría de recibirlo en el Cabildo con súplicas de gentiles damas que iban, desde bailar con él, hasta ofrecerles a sus hijos como reservistas.
- ¡Ya pasó el festejo!- le exclamó a Bernardo de Monteagudo, tucumano de nacimiento y sagaz abogado que lo había acompañado desde la otrora Capitanía General de Chile.
Desde la antigua residencia de conquistadores, reyezuelos y virreyes, envió, más que a manera de resolución, una elegante y muy atildada invitación al Ayuntamiento de Lima el día 14 de julio de 1821:
“Excmo Sr.
Deseando proporcionar cuanto antes sea posible la felicidad del Perú, me es indispensable consultar la voluntad de los pueblos. Para esto espero, que V.E. convoque una junta general de vecinos honrados, que representando al común de habitantes de esta capital (…) juren la prosperidad de la América.”
No esperaba inmediata respuesta, pero se vio sorprendido ante la contestación cuasi inmediata de su destinatario que, de virreinal, pasó a ser patriota. Es decir, partidario suyo, pese a las reticencias del arzobispo de Lima, Bartolomé María de las Heras.
“Excmo Sr.- Con arreglo al oficio de V.E. recibido en este momento, se queda haciendo la elección de las personas de probidad, luces y patriotismo que unidas en el día de mañana, expresen espontáneamente su voluntad por la Independencia. Luego que se concluya, se pasará a V.E. la acta respectiva. (…) Sala Capitular de Lima y Julio 14 de 1821.”
José, fogueado en estrategias militares desde la adolescencia, no daba crédito a la respuesta. Inquiría –y con razón- a Monteagudo, pero, con más severidad, a Hipólito Unanue que, de ser delegado del depuesto virrey Pezuela, pasó a sus órdenes, abrazando la causa patriota.
- Conozco a esa gente, mi general- respondió Unanue-. Seré yo el primero en afirmar nuestra independencia, si me lo permite.
San Martín no puso mácula al ariqueño. Por el contrario, se reconoció en él. Tantas veces ofendido entre los peninsulares, le rindió las debidas disculpas, pero durmió mal, pensando en intrigas que ya había experimentado tanto en el Río de la Plata como en Chile.
A la mañana siguiente, un ayudante de cámara fue a su habitación para despertarlo; sabía que había dormido poco. El oficial se dio cuenta del error: José, sentado sobre una tosca banca de madera, observaba la silente procesión de aquellos ‘notables’ haciendo fila ante el Cabildo de Lima. Sonreía, sin duda, pues le daban aquel 15 de julio, el arma legal para proclamar la independencia del Perú días después. El astuto Monteagudo se lo confirmó.
Muchos de ellos firmaban ostentosos con sus títulos de Castilla. Otros, más prudentes y, acaso sin prosapia virreinal, lo hicieron con su nombre de pila. Fueron finalmente trescientos, entre blasonados, prelados y demás notables de la tres veces coronada villa de los Reyes.
Original del primer folio del Acta de la Independencia del Perú, conservado en el Archivo de la Municipalidad Metropolitana de Lima
Lima, 14 de julio de 2021