jueves, 28 de julio de 2011

UN ADIÓS COLOSAL PARA DON ÁLAN GARCÍA


En el Derecho, el cumplimiento parcial de una obligación (obra incompleta) suele reputarse como un incumplimiento de lo hecho a medias. En política, sin embargo, el construir e inaugurar a medias suele ser una constante cuando las horas corren y el gobernante de turno (sea edil o presidencial) quiere ver en alto relieve su nombre en una placa lo suficientemente grande como para satisfacer su ego colosal, aunque la utilería con que se maquilla lo parcialmente construido, sea tan falsa como el que esas obras estén a disposición de sus potenciales usuarios a partir de la pseudo inauguración oficial.

       El saliente presidente Álan García tardó veintiséis años en poner la segunda piedra de lo que es apenas el primer tramo de su obra emblemática: el Tren Eléctrico de Lima, hoy denominado Metro de Lima; la primera la puso en el año 1986 para favorecer la candidatura a la alcaldía capitalina de Jorge del Castillo, y ahí nos quedamos desde 1990 con sus desnudos pilares como monumento a la demagogia y a la improvisación de su primer y nefasto gobierno. Y es que tendremos que esperar hasta octubre del presente año para que entre en operatividad lo que actualmente no pasa de ser un tren fantasma. La tercera inauguración (la verdaderamente efectiva, muy a su pesar) estará a cargo de Ollanta Humala, su sucesor desde mañana. Lo reprobable es el hecho de que García con el sólo apetito (también colosal) de inaugurar el tren inconcluso, haya presionado a la empresa brasileña Oderbrecht para que apurase su dudosa conclusión, lo que acarreó, según cifras de la Contraloría General de la República, un incremento en lo presupuestado originalmente para la obra: de cuatrocientos millones de dólares a cien millones de dólares más, es decir, un aumento de 26,5 %.

       En lo que al Tren Eléctrico atañe, quiera o no, García deja, como en su primer gobierno, una obra inconclusa, a medias, pues no cubre ni tan siquiera el 50% del tramo que seguirá hasta su culminación por otro gobernante.

       Por otro lado, en los últimos meses, especialmente luego de los resultados de la segunda vuelta que no dieron por ganador a sus candidatos favoritos, García dejó conscientemente de ser el Jefe de Estado para convertirse en un mero maestro de ceremonias y compulsivo inaugurador de obras, algunas de cascarón, otras bien maquilladas y, no seamos mezquinos, una que otra bien hecha, como las excavaciones arqueológicas que mandó a ejecutar debajo del Salón Dorado de Palacio de Gobierno.

       Mientras persisten las zozobras sociales en el interior del país, nuestro voluminoso y bonachón don Álan, se puso a “inaugurar el Nuevo Estadio Nacional de Lima” (cita textual). ¿Me pregunto qué le habría dicho el general Manuel A. Odría ante esa frase de apropiación? El Coloso de José Díaz sigue siendo el mismo inaugurado en 1952 por el ‘General de la Alegría’, con una fachada modernista y la adición de unos palcos que, de alguna manera, establecen brechas impensables en un Estadio Nacional que, en principio, pertenece a todos los peruanos, en el que no deberían existir distingos. Distinto sería el caso, si el estadio fuera de de propiedad privada, como lo es el Monumental de la ‘U’, o el Azteca de México (propiedad del imperio Televisa). Es, desde luego un traspié de García, el inaugurador compulsivo que ha dicho trabajar por los más pobres en su reciente mensaje a la Nación. No me imagino, haciendo un símil con la Plaza de Acho, construida por Hipólito de Landaburu bajo órdenes del virrey Manuel Amat y Juniet en 1766, que fuese 'inaugurada' como Nueva Plaza de Toros de Acho en 1945 por el presidente Bustamante, por el hecho de haber aumentado su capacidad a trece mil espectadores.

       Y para concluir con las obras incompletas, ahí está el Gran Teatro Nacional, inaugurado con gran pompa, cuando aún no está del todo terminado. Pareciera que en esto quiso emular al ya nombrado dictador Odría, quien inició la construcción del Hospital Rebagliati en 1951, y antes de dejar el mando a Manuel Prado en 1956, inauguró el imponente edificio que todos conocemos, aunque éste se abriera al público recién en 1958.

       Lo que sí extrañaré de don Álan, lo confieso, son sus bien elaborados discursos, sus extraordinarias dotes oratorias que fueran alguna vez elogiadas con entusiasmo por el presidente del Gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, pero más que nada extrañaré verlo meter el diente en algún plato bien encebollado en cuanta feria culinaria se le presente al paso, ¡y es que da tanto gusto y envidia verlo comer!



                                                                                                                       
                                                                                                                           Lima, 27 de julio de 2011