A escasos dos días para los comicios en los que definiremos en segunda vuelta a la persona que habrá de regir los destinos del Perú para los próximos cinco años, no puedo menos que expresar el sinsabor que esta campaña electoral me ha producido, signada principalmente por los ataques endilgados en contra de un candidato por parte de algunos medios de prensa que claudicaron de sus principios de objetividad y verdad en el tratamiento de las informaciones, echando mano de los mismos métodos de sentina que caracterizaron a los pasquines supurados por la nefasta dictadura de Alberto Fujimori y Vladimiro Montesinos para denigrar a sus opositores.
Como peruano que luchó en las calles por el restablecimiento de la democracia en la aglutinante Marcha de los Cuatro Suyos, no deseo para mi país el retorno de la indecencia y de la corrupción como estilos de gobierno. Me niego a la idea de que mis compatriotas respalden a una candidata que, durante el primer debate presidencial en encomiable afán de desnudar la entraña de su movimiento y el porqué de su postulación, no dudó en decir frente a cámaras, frases reveladoras como “nosotros lo hicimos en los noventa”, o “ya demostramos que sabemos cómo hacerlo”. Allí, Keiko expresaba en primera persona que no fue un mero elemento decorativo de la dictadura de su padre; por el contrario, lo reivindicaba como propio, pese a que en el debate del pasado 29 de mayo, le espetó a Ollanta Humala que la candidata era ella y no su progenitor. Contradicción absoluta entre su perorata primigenia (toda una oda a su padre) y la lanzada en el salón San Martín del Hotel Marriot.
Keiko dice ser quien toma las riendas de su campaña y de un eventual gobierno suyo, y de ser así, ¿qué hacen junto a ella, cual cadáveres escapados de las catacumbas pestilentes de la dictadura de su padre, esas pesadillas vivientes que formaron parte del entorno del inquilino de la DIROES? Muchos de ellos ex procesados que están hoy al servicio de la candidata que, con seguridad, les permitirá la concreción de algún pingüe negocio.
Me dolería profundamente que mi país se convierta, una vez más, en la hacienda particular de la dinastía Fujimori; ésa que el ex dictador trata de perpetuar en sus hijos Keiko y Kenyi (este último sin mayor mérito para ocupar curul congresal que el de ser hijo de su padre, dudoso mérito, por cierto). El Perú, en la práctica estaría gobernado por Alberto Fujimori, perpetrador del gobierno más corrupto de nuestra historia.
Sorprende sobremanera que Keiko Fujimori haga alusión constante a su condición de madre, no habiendo sido una hija ni mucho menos ejemplar con doña Susana Higushi, a quien su padre vejó y torturó. Por el contrario, no mostró la más mínima desazón ante este trato bárbaro y vil y, sin escrúpulo ni escozor alguno, aceptó sustituirla en el cargo de Primera Dama.
Nos ha dicho que se enfrentó a Montesinos en las postrimerías de la dictadura fujimontesinista, pero no existe prueba de ello. Lo que sí existe es el testimonio de Vladimiro Montesinos de haber sido el encargado de entregarle mensualmente y en efectivo el dinero para solventar los onerosos gastos de sus estudios en la Universidad de Boston, algo sobre lo cual la candidata Fujimori le debe aún una explicación convincente al pueblo peruano, que difiera de aquella inverosímil que se atrevió a ensayar hace algún tiempo, convencida quizá de que puede subestimarnos intelectualmente como lo intentaron su padre y su ‘tío Vlady’ en los noventa. Resulta por demás sintomático que en todo momento la señora Fujimori haya evitado referirse a Vladimiro Montesinos en términos duros, máxime si ella aduce haberlo “enfrentado”. Esa mudez no hace sino poner en evidencia que la dupla Fujimori – Montesinos (o si se quiere, DIROES – BASE NAVAL) sigue operando. Montesinos sabe mucho y a Keiko no le conviene ser ingrata con el socio de su padre, de allí que expresara ante la prensa que no le constaba que Vladimiro hubiese cometido delitos, algo repetido luego por su vocero Rafael Rey. ¿Alguna duda?
Nuestro país no merece que esté en manos de estas gentes que hicieron de las libertades públicas, de la moral, de la ética y de la democracia, conceptos prescindibles y arcaicos. Esos falsos liberales que hoy apoyan de manera furibunda a Keiko Fujimori, reducen con miopía ontológica y supina estupidez la teoría liberal al sólo aspecto económico. No les interesa la decencia como atributo inexcusable del buen gobernante y, por ello, privilegian cualquier opción que les satisfaga el vientre y engrose la billetera. Mención aparte merecen aquellos ‘ex candidatos demócratas’ (PPK y Castañeda) que le han prestado su adhesión. Para los falsos liberales, cuyos ropajes maquillan un conservadurismo desfasado, como para aquellos políticos oportunistas que trepan el fétido dinosaurio de los noventa, la democracia es un concepto elástico que se estira en conveniencia de sus intereses. Dicho en buen castizo, para una inmensa mayoría de ellos, la democracia es sólo un medio para cumplir sus fines particulares, y les interesa un carajo.
Lima, 3 de junio de 2011