Mientras que en la Argentina una mujer alienta a un hijo que no puede oírle en Caracas, desde la difusa y globalizada geografía de Internet, unos cuantos carroñeros que se deleitan con la posibilidad, matan a Gustavo Cerati a cada hora. Lo han matado fraguando incluso una portada del Clarín para regocijo de los fanáticos que googlean el 'Cerati murió', y del anónimo autor de un obituario que se autosepulta aún más en su ya oscura condición de NN.
A diferencia de lo sucedido con Lennon en 1980, a estos Chapman les basta con agitar los dedos sobre las teclas en vez del gatillo, escribiendo cualquier cojudez para encender la histeria colectiva y abastecer sepulturas que ellos debieran habitar.
Isquemia causada por disminución de riego sanguíneo en el cerebro. Luego, coma inducido. De vivir, quedaría afásico. Los partes médicos van y vienen con ese lenguaje indescifrable para el común de los mortales. Los de a pie sabemos que está grave, muy grave. Nada más. Y los que como yo han cruzado la sinuosa barrera de los treinta, sabemos quién es el paciente y lo que su voz representó en momentos entrañables y fregados de nuestras vidas. Ahí vamos.
Lo vimos en su etapa ochentera, exhibiendo por cabello una torre apuntalada con litros de gel y laca; por indumentaria, una camisa indefinible en colores pues los tenía todos. Era entonces el vocalista y líder de Soda Stereo, la banda argentina que paseaba canciones por todas las radios sudamericanas. Los argentinos que caían bien, cuando la lógica te dice que deberían caer muy mal. Y Cerati, no obstante el maquillaje tipo se-te-pasó-la-mano-compadre, enloquecía a las chibolas que deseábamos conquistar, a las que tarareábamos sus canciones antes de que ellas nos ‘taradeasen’ por desafinados.
Luego vinieron los noventas, y con ellos la mayoría de edad. Los trajes acorbatados de muñeco de torta para lucir refinada imagen de chiquillo decente y rendir los exámenes universitarios de fin de ciclo. Cerati nos acompañó en ese trance: lejos de seguir con su look carnavalesco, vistió traje sastre, se recortó el cabello y se hizo solista. Tan solista como nosotros que dejamos las búsquedas en mancha sustituyéndolas por la conveniente soledad de quien no le gusta ser choteado en público. Siempre es hoy.
Entró el nuevo siglo y con él las nuevas tendencias en todo lo denominadamente humano. No fuiste la excepción. Como que ya pesaban tus cuarenta y pico y querías dejar de fumar a destajo. Como que ya te veías papá y le cantabas a esos críos plastificados que bailoteaban sobre unas incubadoras tan falsas como un George W. Bush decente. Nos entendimos bien. Yo planeaba descendencia con una mujer del norte, pero muy del norte, que al final terminó yéndose muy al sur de mis aspiraciones. Cosas imposibles.
Yo no sé qué pase mañana contigo. Valgan verdades, tampoco sé con exactitud qué es lo que te sucede hoy, sólo espero como tantos seguidores tuyos esparcidos por el mundo, que cachetees al de la guadaña y que, pronto más que tarde, te tengamos nuevamente encima del escenario haciendo lo que tú sabes, lo que tempranamente ensayaste con un palo de escoba a manera de guitarra, porque ese chico rubiecito de entonces va a volver por todos los que lo quieren tanto, como hoy dice tu mamá.
De momento, Gustavo, y sólo a manera de repasar el tiempo que nos obsequiaste, permíteme decirte algo…
¡Gracias totales!
Lima, 22 de mayo de 2010