Para quienes hayan estudiado en la Universidad de Lima y visiten su Alma Mater por el motivo que fuere, no les será difícil toparse faz con faz con un personaje que hoy inunda las pantallas televisivas, los parlantes radiales, y los diarios capitalinos que tienen 'La Razón', desplazando en protagonismo mediático al propio Gastón Acurio. Así es, al mismísimo '¡Tú sí sabes!', nuestra octava maravilla del mundo culinario Y es que el señorón de quien hablamos, guarda una similitud con el buen Gastón: prepara exquisiteces, pero no para cebarnos gratamente el vientre, sino para reventárnoslo de la pura indignación con sus potajes jurídicos. ¿Adivinaron de quién se trata? Sí, él mismo es: don C. N., el muy solícito abogado del ex dictador Alberto Kenya Fujimori y de otros no menos célebres caballeros acusados todos ellos por enriquecimiento ilícito (Hermoza Ríos, ladrón probado y preso), corrupción a todo nivel y/o violaciones a los Derechos Humanos durante el decenio de su dormiloncito cliente. ¿Qué curioso, no? Todos esos impolutos gentilhombres recurren a él para que los patrocine. Don C se ha especializado en la materia; él es 'el elegido', aparte de ser –verdades sean dichas- un magnífico penalista. Pero me he desviado del tema de una manera tan grotesca como cuando el procesado Albertito finge dormir si la declaración del testigo de turno le está cayendo peor que bacalao malogrado.
Sucedió que hace una semana visité el entrañable campus de Monterrico, cuando de pronto oí detrás de mí una voz que exageraba su volumen, como si le estuviera hablando a un sordo o vocinglando, cual llenador de combi, la ruta de la línea Cocharcas-Cementerio. Me dispuse a voltear para identificar a tan estridente sujeto, pero éste, cabello engominado, terno azul marino, zapatos opacos, maletín al hombro, y celular al oído, ya me había rezagado en el camino pese a su incipiente cojera. Su voz me resultaba familiar y fue así que resolví seguirlo, mientras el fulano ya estaba dando vuelta tras vuelta por el parque circular que domina la Biblioteca Carlos Cueto Fernandini, atestada a esa hora de alumnos. A veces alzaba la mirada como esperando un saludo de simpatía, un ‘hola’ a lo lejos, una sonrisa complaciente o una venia de respeto y al darse cuenta de que ni lo miraban, devolvía la vista al suelo, esforzándose esta vez con mayor vehemencia para que su voz, siempre celular al oído, se oyese lo suficientemente fuerte y se enterasen de una buena vez todos que él era el gran N, el abogado del ex presidente, y se convencieran, como si los alumnos fueran vocales presididos por el simpatiquísimo y gestual doctor San Martín –todo un lujo el señor al igual que Prado y Príncipe, todos ellos maestros del procesalismo penal peruano- de la inocencia de su defendido y que "¡Yo ya he dejado muy claramente establecido que él tenía mando, mas no comando porque no están fijadas las atribuciones que tiene como Jefe Supremo de las Fuerzas Armadas y que, como tú sabes y ya te dije y tal como ha salido en La Razón, Guillén tiene anticuchos en la parrilla, aunque yo he declarado que eso no lo creo, y que… ¿dime? Pero si eso también ya está reiterado en forma indubitable, además de que es público y notorio, y que si Montesinos testimonia a favor del presidente no me sirve porque el testimonio de un condenado como él tiene valor relativo y mira, vamos a ponernos en el caso de que no testifique y se quede callado, igualito, ya he dicho a la prensa que está incurriendo en abuso del derecho, porque perjudica la presunción de inocencia de mi defendido y por ello deben declararme fundada la excepción que deduje para que se presente de nuevo y… ¿cómo? ¡No habido ningún coqueteo, hombre!, que lo que pasó fue que todo el mundo soltó la carcajada cuando Montesinos dijo que San Román sólo servía para preparar sánguches de salame y que... bla, bla, bla, bla, (siguen blas)".
Al verlo gesticular en aquella rotonda como si ésta se tratara del Ágora griega, blandir el brazo como espada en ristre y en actitud bullanguera sin que nadie de la muchachada le prestase la más mínima atención, pude comprender muchas actitudes de este hoy profesor de Derecho Penal de mi Universidad, alumno predilecto que fue de mi extraordinario maestro de Penal I, don José Antonio Santos Chichizola (ex vocal del sonado caso Banchero) quien siempre despotricó de la dictadura de Fujimori a quien él llamaba 'el tremendo chinazo', y poseía el don extraordinario de embelesar a sus alumnos con su simpatía y sapiencia al grado de que muchos supusimos que, al egresar, abrazaríamos esa apasionante rama del Derecho.
La primera deducción era obvia: no era la primera vez que el buen doctor N confundía campus universitario con sala de audiencias, de modo que todos ya estaban acostumbrados a sus alocuciones espontáneas celular al oído. Comprendí también que, aunque se esfuerce en negarlo, sabe que su patrocinado metió las del jumento al mostrarse chino de risa y obsequiarse guiños cuasi romanticones con Montesinos.
Sin ánimo de invadir campos que corresponden a los profesionales de la psicología en los que soy tan lego como lo es el doctor N en los de Inteligencia Militar sobre los que quiso retar delirantemente al general Robles, puedo afirmar que mucho dice de su personalidad ser el único abogado que se levanta cuando hace uso de la palabra en la Sala que preside el jurista sin comillas, César San Martín, mientras los fiscales y abogados de la parte civil permanecen sentados cuando les toca blandir la lengua. Agregado a ello, el triste papel de maniquíes silentes al que ha relegado a los abogados que se sientan a su diestra y siniestra. ¿Necesidad de impresionar, afán protagónico?
Me atrevo a afirmar que el magnífico Santos Chichizola, no ha de sentirse muy orgulloso de los patrocinios (muy legítimos, por cierto) de su pupilo y que acaso se sienta resarcido al no haber heredado éste su magnetismo y elocuencia. Por cierto, tampoco su estatura física.
Con todo, hay algo encomiable en el doctor N que no puede mezquinársele: él sabe que no se puede estar bien al mismo tiempo con Dios y con el Diablo, y a diferencia de algún "jurista" y/o "tribuno" entrecomillado, ex primer ministro del régimen fujimontesinista (término revalorizado a partir de lo visto el lunes 30 de junio) que hace defensas furibundas y –supuestamente- oficiosas de Fujimori, N juega honestamente a una sola carta y ha elegido resueltamente y sin medias tintas inmolarse junto al Diablo; un ejemplo de patrocinio fiel que debería ser imitado por muchos asolapados.
El buen doctor C.N. goza de mis simpatías luego de haberlo visto desgañitarse sin auditorio interesado en escucharlo.
Se dirige semicojeando al salón del Pabellón D en donde –presumo- dictará su clase, y saco una conclusión más; para mí la más devastadora: teniendo los clientes que tiene y ganando lo que gana, ¡qué mal se viste usted, doctor N!
Lima, Julio de 2008
Sucedió que hace una semana visité el entrañable campus de Monterrico, cuando de pronto oí detrás de mí una voz que exageraba su volumen, como si le estuviera hablando a un sordo o vocinglando, cual llenador de combi, la ruta de la línea Cocharcas-Cementerio. Me dispuse a voltear para identificar a tan estridente sujeto, pero éste, cabello engominado, terno azul marino, zapatos opacos, maletín al hombro, y celular al oído, ya me había rezagado en el camino pese a su incipiente cojera. Su voz me resultaba familiar y fue así que resolví seguirlo, mientras el fulano ya estaba dando vuelta tras vuelta por el parque circular que domina la Biblioteca Carlos Cueto Fernandini, atestada a esa hora de alumnos. A veces alzaba la mirada como esperando un saludo de simpatía, un ‘hola’ a lo lejos, una sonrisa complaciente o una venia de respeto y al darse cuenta de que ni lo miraban, devolvía la vista al suelo, esforzándose esta vez con mayor vehemencia para que su voz, siempre celular al oído, se oyese lo suficientemente fuerte y se enterasen de una buena vez todos que él era el gran N, el abogado del ex presidente, y se convencieran, como si los alumnos fueran vocales presididos por el simpatiquísimo y gestual doctor San Martín –todo un lujo el señor al igual que Prado y Príncipe, todos ellos maestros del procesalismo penal peruano- de la inocencia de su defendido y que "¡Yo ya he dejado muy claramente establecido que él tenía mando, mas no comando porque no están fijadas las atribuciones que tiene como Jefe Supremo de las Fuerzas Armadas y que, como tú sabes y ya te dije y tal como ha salido en La Razón, Guillén tiene anticuchos en la parrilla, aunque yo he declarado que eso no lo creo, y que… ¿dime? Pero si eso también ya está reiterado en forma indubitable, además de que es público y notorio, y que si Montesinos testimonia a favor del presidente no me sirve porque el testimonio de un condenado como él tiene valor relativo y mira, vamos a ponernos en el caso de que no testifique y se quede callado, igualito, ya he dicho a la prensa que está incurriendo en abuso del derecho, porque perjudica la presunción de inocencia de mi defendido y por ello deben declararme fundada la excepción que deduje para que se presente de nuevo y… ¿cómo? ¡No habido ningún coqueteo, hombre!, que lo que pasó fue que todo el mundo soltó la carcajada cuando Montesinos dijo que San Román sólo servía para preparar sánguches de salame y que... bla, bla, bla, bla, (siguen blas)".
Al verlo gesticular en aquella rotonda como si ésta se tratara del Ágora griega, blandir el brazo como espada en ristre y en actitud bullanguera sin que nadie de la muchachada le prestase la más mínima atención, pude comprender muchas actitudes de este hoy profesor de Derecho Penal de mi Universidad, alumno predilecto que fue de mi extraordinario maestro de Penal I, don José Antonio Santos Chichizola (ex vocal del sonado caso Banchero) quien siempre despotricó de la dictadura de Fujimori a quien él llamaba 'el tremendo chinazo', y poseía el don extraordinario de embelesar a sus alumnos con su simpatía y sapiencia al grado de que muchos supusimos que, al egresar, abrazaríamos esa apasionante rama del Derecho.
La primera deducción era obvia: no era la primera vez que el buen doctor N confundía campus universitario con sala de audiencias, de modo que todos ya estaban acostumbrados a sus alocuciones espontáneas celular al oído. Comprendí también que, aunque se esfuerce en negarlo, sabe que su patrocinado metió las del jumento al mostrarse chino de risa y obsequiarse guiños cuasi romanticones con Montesinos.
Sin ánimo de invadir campos que corresponden a los profesionales de la psicología en los que soy tan lego como lo es el doctor N en los de Inteligencia Militar sobre los que quiso retar delirantemente al general Robles, puedo afirmar que mucho dice de su personalidad ser el único abogado que se levanta cuando hace uso de la palabra en la Sala que preside el jurista sin comillas, César San Martín, mientras los fiscales y abogados de la parte civil permanecen sentados cuando les toca blandir la lengua. Agregado a ello, el triste papel de maniquíes silentes al que ha relegado a los abogados que se sientan a su diestra y siniestra. ¿Necesidad de impresionar, afán protagónico?
Me atrevo a afirmar que el magnífico Santos Chichizola, no ha de sentirse muy orgulloso de los patrocinios (muy legítimos, por cierto) de su pupilo y que acaso se sienta resarcido al no haber heredado éste su magnetismo y elocuencia. Por cierto, tampoco su estatura física.
Con todo, hay algo encomiable en el doctor N que no puede mezquinársele: él sabe que no se puede estar bien al mismo tiempo con Dios y con el Diablo, y a diferencia de algún "jurista" y/o "tribuno" entrecomillado, ex primer ministro del régimen fujimontesinista (término revalorizado a partir de lo visto el lunes 30 de junio) que hace defensas furibundas y –supuestamente- oficiosas de Fujimori, N juega honestamente a una sola carta y ha elegido resueltamente y sin medias tintas inmolarse junto al Diablo; un ejemplo de patrocinio fiel que debería ser imitado por muchos asolapados.
El buen doctor C.N. goza de mis simpatías luego de haberlo visto desgañitarse sin auditorio interesado en escucharlo.
Se dirige semicojeando al salón del Pabellón D en donde –presumo- dictará su clase, y saco una conclusión más; para mí la más devastadora: teniendo los clientes que tiene y ganando lo que gana, ¡qué mal se viste usted, doctor N!
Lima, Julio de 2008